Emilia   Teleco Tashkent ´87 ´89 792
             

 

Durante la breve etapa que Valentín Hermano realizó una incursión docente en la Universidad de Tashkent, una vez acabada la carrera, tuvo la oportunidad de hacer una pequeña prueba, paladear cómo era aquello que hasta entonces había sufrido como alumno, pero desde el otro lado: le ofrecieron la posibilidad de empezar a ascender en el escalafón de aquel mundillo laboralmente y proyectar allí su futuro. En esa época degustó todo aquello que está inevitablemente ligado al corporativismo de la docencia a esos niveles.

Una de las posibilidades era explorar la erótica del docente joven hablando cotidianamente en público ante todo el contingente de alumn@s, que obviamente le ofrecían las posibilidades femeninas como si de un mercado de carne se tratara. Allí y así conoció a Emilia Teleco, una de sus intentonas por formar parte de la normalidad social, económica y humana. Emilia Teleco era guapa, alta, con un carácter atractivo además de resultona; nada acomplejada, tenía don de gentes y se hacía querer tanto como se dejaba.

El tamaño de su cuerpo y su idiosincrasia eran tan impresionantes como su pelo rubio, su fácil sonrisa y la sensación que te dejaba el regusto de hablar con ella, porque quedabas prendado de aquel indescriptible encanto casi aromático que significaba sentirte el más importante del mundo tras haber compartido aquel rato con su belleza, aunque hubiera sido corto.

Emilia Teleco no era especialmente tonta, como pudiera concluirse del tópico de las rubias, falso en general y más en este caso. Tampoco es que fuera excesivamente brillante ni inteligente, pero el trato cordial lo compensaba de sobra. No era mi tipo, ni mucho menos; pero me parecía una buena perspectiva de futuro para el desahucio humano que era Valentín Hermano.

Sin embargo a él no le parecía lo mismo, porque poco tiempo después decidió dejar aquella vida… en realidad no sé por qué, pero Valentín Hermano argumentaba no sé qué memeces de la vida normal, que no era la suya…

Durante un par de veranos había ido de vacaciones con Emilia Teleco y su madre (es decir, el proyecto de suegra para Valentín Hermano) tal y como suelen hacerlo las gentes de la capital. Semejante mediocridad sacaba de quicio a Valentín Hermano, que echaba pestes tan abstractas como incontestables. Al final, agobiado por la perspectiva que se le abría si continuaba con aquella vida, lo mandó todo al garete.

El trabajo como docente le quemaba por el corporativismo y las perspectivas de lamer culos hasta trepar; la relación con Emilia Teleco le asfixiaba, la perspectiva de una vida burguesa, con matrimonio y veraneos incluidos, le sacaba de sus casillas sólo imaginando su personaje hasta la jubilación. Lo mandó todo a la mierda, al carajo: en dos palabras.

A Emilia Teleco no volví a verla jamás, claro… ¿por qué habría de hacerlo yo, si lo único que teníamos ambos en común era Valentín Hermano? Me queda la seguridad de que algún mortal sobre la faz de la tierra bendijo infinitamente el carácter de Valentín Hermano, porque seguro que Emilia Teleco acabó encontrando alguien adecuado… que mereciera y apreciara todo aquello que Valentín Hermano tuvo a su alcance un día y no supo comprender, rebosante de ego de una manera tan patológica.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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