Esmeralda   Psicóloga   ´96 ´98 787
             

 

Esmeralda Psicóloga iba revoloteando por el mundo como puede hacerlo una mariposa: dejándose llevar por los colores atractivos, los aromas cautivadores o las apetencias que en aquel instante llenaran su cerebrín por cualquier motivo… generalmente alguna cosilla relacionada con el disfrute de la vida en general, pero sin exigir demasiado al asunto. Eso sí: no podía declararse a sí misma como alguien tan básico, elemental o primario, sino que estas tendencias suyas se exigía Esmeralda Psicóloga a sí misma que tuvieran algún tipo de justificación más profunda o más elevada, según se mire.

Para ello nada mejor que recurrir a la ciencia, claro: todo lo relacionado con la misma adquiere una pátina de importancia, validez y trascendencia que le otorga el suficiente pedigree como para poder calificarla de importante. Aunque la Psicología no sea una ciencia, se acerca a ello… o al menos lo pretende, que es casi lo mismo, pues sólo necesitará tiempo para lograrlo.

Así que podemos concluir sin temor a equivocarnos en exceso que Esmeralda Psicóloga mariposeaba por el mundo con la excusa o el escudo de la Psicología, carrera que también había estudiado para poder estudiarse a sí misma… de paso, aplicarse terapia gratuitamente.

De entre los elementos dignos de estudio que encontró a lo largo de su vida, uno de ellos fue Valentín Hermano, insecto que no pasaba desapercibido para cualquier entomóloga: por su puesta en escena, su márquetin y las promesas que su presencia auguraba. Era algo así como el capullo colorido perfecto para atraer a una mariposa e incitarla a libar en su interior.

Así conocí yo a Esmeralda Psicóloga, de rebote, claro: como uno de los trofeos que Valentín Hermano (o muesca en la culata, que viene a ser un sinónimo en este caso). Ambos habían llegado a ese acuerdo, no sé si explícita o implícitamente: el de estudiarse de manera respectiva y recíproca. Lo comentaban así como de pasada, como si fuera algo normal entre personas civilizadas… y como tales se comportaban. Muy normalizado todo, con grandes dosis de frialdad que alejaban enseguida de la mente cualquier atisbo de pasión entre ambos.

Casi resultaba una anécdota que Esmeralda Psicóloga tuviera pareja previamente a la relación que unía a Esmeralda Psicóloga y Valentín Hermano: de hecho se referían a este tercero en discordia como “el Blando”, dando a entender con ello que el individuo en cuestión carecía de entidad como persona, siendo más bien un concepto. Simplemente era el tipo que contrataba los servicios de Valentín Hermano para hacer una página web sobre el negocio del Blando.

Casualmente así se habían conocido Valentín Hermano y Esmeralda Psicóloga… lo demás vino por añadidura: ella encontró un bicho digno de ser psicológicamente estudiado y él una elementa más con la que interactuar hasta aburrirse. No creo que esto último tardase mucho en ocurrir, porque las conversaciones que mantuve con Esmeralda Psicóloga eran poco menos que previsibles y aportaban bien poco al conocimiento del ser humano, mi pasatiempo favorito.

Eso sí: cuando Esmeralda Psicóloga hablaba contigo, ponía cara de tener interés real en la conversación e incluso enterarse de lo que decías. Había desarrollado esa característica como forma de otorgar confianza al interlocutor, imagino que para incrementar así los datos obtenidos de la experiencia. Sólo que más tarde, tras su sonrisa amable y cordial, de gesto cercano y familiar: no había nada.

Esmeralda Psicóloga se agotaba en sí misma, resultaba intrascendente. Jamás pude saber qué había visto Valentín Hermano en aquella chica apocada, si no habría sido para él sólo un espejo de aumento en el que mirarse para gustarse más.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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