Esmeraldita   C.A.P.   ´89 ´90 788
             

 

Suele pasar con frecuencia: cuando alguien se sabe necesario para otros, acaba creyendo que esto resulta un hecho que reconoce objetivamente su valor, más allá de opiniones. Pero esto no es ley universal, ni tan sólo consecuencia lógica de lo otro.

Al terminar la carrera, la formación universitaria, una de las posibles salidas laborales era la docencia; en el caso de otras disciplinas las alternativas eran múltiples, pero para la Filosofía resultaba ser algo inmediato y sencillo: o dabas clases o nada. La opinión general es que cuando alguien estudia Filosofía, la única salida forma de trabajar que tiene es impartiendo clases; en aquella época aún se podía intentar, porque era una disciplina no desterrada ni arrinconada por la dictadura del dinero, algo que ahora se encuentra a la orden del día.

Ya entonces la realidad era muy diferente: la docencia era la salida más inmediata y simple, pero no la única ni la más importante… porque la capacidad camaleónica de alguien que se ha licenciado en Filosofía es potencialmente infinita: hasta tal punto que podéis encontrar licenciados de esta disciplina en cualquier parte, haciendo prácticamente cualquier cosa.

Pero Esmeraldita C.A.P. pensaba que no: según sus parámetros para evaluar la realidad, quienes terminábamos la carrera de Filosofía llegábamos al final de un embudo cuya única salida era dar clases en un instituto, lo que requería legalmente del visto bueno que debía emitir ella o alguien de su misma condición. El visto bueno se llamaba C.A.P. y la condición que imponía era dominar la Pedagogía.

Aquello no era más que papel mojado, un trámite para continuar en aquella gymkana cuyo premio no era otro que acabar siendo carne de mercado laboral. Pero Esmeraldita C.A.P. se sabía imprescindible para el objetivo y ponía en el asador toda la carne para que la parrillada intensiva de tres meses a la que nos sometía el C.A.P. acabara tostando las costillas del más pintado.

Esmeraldita C.A.P.no era otra cosa que una pijina recién licenciada en Pedagogía que venía a darle a la gente una ducha fría de realidad con la que rebajarle la libido laboral e intelectual: con todo su arsenal de palabros infumables salidos del laboratorio de un colectivo que se piensa tan imprescindible como innecesario resulta en la realidad.

Por lo general la gente, quienes asistíamos como sufridos espectadores, escuchábamos a Esmeraldita C.A.P. mientras ella soltaba sus peroratas cotidianas y lo hacíamos con infinita paciencia… anhelando ansiosamente que los tres meses que duraba la tortura pasaran cuanto antes.

Pero a mí me llevaban los demonios y no podía por menos que cuestionar la existencia misma de aquel infierno en voz alta, planteándole con frecuencia a Esmeraldita C.A.P. cuestiones cuyo fondo último era negar la necesidad de la existencia del C.A.P., su sentido último. Aquellas discusiones eran pírricas, tan estériles como la pelota rebotando contra la pared que resultaba ser Esmeraldita C.A.P.: una mente simple, lisa y plana cual frontón.

Si hubo algo aprovechable en todas aquellas horas de discusiones y cuestionamientos sobre las tonterías que Esmeraldita C.A.P. iba desgranando como las cuentas de un rosario o las estaciones de un viacrucis, era conseguir despertar al resto de los pobres mortales que asistían a aquellas sesiones interminables de tortura.

A veces incluso alguno de ellos intervenía en los debates, acortando así la longitud de la eternidad de aquellas interminables sesiones. Y Esmeraldita C.A.P. aquel día se iba orgullosa, pues había sido capaz de fomentar el debate… Es posible que en su infinita sabiduría Esmeraldita C.A.P. llegara a ver en mis interpelaciones algún tipo de motivación sexual provocada por su piel morena, concienzudamente estudiada como cebo, para ir seduciendo a su paso: pero todo estaba sólo en su imaginación.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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