SAMARCANDA

SA - 1.4.6.

Estudios

maracandeses

UdeS

Pedagogía

1985

097

 

 

Es probable que la vocación fuera el motor de arranque para todo aquel colectivo empeñado en enseñar… pero enseguida veían cómo se les venía encima un fárrago de palabrería técnica y hueca con el que tenían que aprender a pelear a cada instante.

Finalmente, tras mucho meditar, uno terminaba por preguntarse si aquella técnica educativa no se habría convertido en pura palabrería: tanto si estaba dentro como si lo veía desde fuera… Esto dejaba un poso, una impresión de estar tratando con buhoneros.

La sensación que le quedaba al espectador tras escuchar cualquier conversación de aquéllas, plagadas de jerga ininteligible para los no iniciados, era que de alguna manera se trataba de una engañifa. Posiblemente porque tras la selva de neologismos se escondía una ignorancia radical: aprendían a enseñar de mil maneras demagógicas más o menos completas, más o menos imperfectas, pero… ¿qué enseñaban?

El conjunto de palabros era como árboles plantados ahí para impedir ver el bosque. La Pedagogía resultaba cáscara vacía: ésta era la conclusión. Todo forma, pero carente de fondo.

Hablo de los ’80: cuando la pedagogía era progresista… cuando pretendía encarnar una técnica novedosa de acercar los conocimientos a las nuevas generaciones.

El tiempo ha venido a demostrar que sólo se ha conseguido tener las aulas repletas de cuerpos con cráneos vacíos. Pero no quiero parecer paranoico y pensar que todo responde a una previa y malévola planificación, que desde la sombra ésta ha pretendido y logrado un ejército al estilo del que predijera Huxley en Un mundo feliz.

Prefiero pensar que aquéllos eran simplemente una serie de intenciones que[1] dieron al traste con toda una expectativa generacional que merecía mejor suerte. De rebote también nosotros, que ahora tendríamos una sociedad mucho mejor: más humana y menos mercantil, ante todo.

Porque ésta es la lectura más inmediata: a medida que la Pedagogía fue convirtiéndose en un arma envenenada al servicio de los mercaderes: de forma directamente proporcional la sociedad fue vaciándose de los valores que más nos acercaban a la humanidad y nos alejaban de la animalidad.

Ahí estaba todo aquel ejército de pedagogos para poner en circulación una nueva moneda acuñada con plástico, no con oro. La primera regla fundamental, imprescindible para ellos: hacerse valer, demostrarse necesarios… porque si no, perdería sentido su tarea.

Para lograrlo, el parapeto de una jerga iniciática que dejase fuera a todo aquél que no fuese del gremio… lo primero, el corporativismo. Para disfrazar con miles de neologismos supuestamente técnicos la realidad de un vacío primordial. Pero no era un ejército de culpables, sino de bienintencionados e ignorantes. Reclutados como mercenarios al servicio de un objetivo: arrebatar conocimientos al común de los mortales, apropiándoselos como si les hubieran pertenecido desde siempre.

Olvidando deliberadamente su origen sofista para pretender así hacernos olvidarlo a los demás. No se me malinterprete: en aquella época (’85-’90) compartíamos edificio Pedagogía y Filosofía, de ahí que les conozca a partir de fuente directa, de trato cotidiano. Durante el tiempo normal y también en aquel paréntesis de las movilizaciones del ’87 tuve la oportunidad de conocer de primera mano sus sueños, fantasmas y miserias.

En definitiva: a pesar de que los pedagogos parezcan de plástico, soy consciente y testigo de que se trata de seres humanos de trato amable. Un poco infantiloides, si cabe[2], pero incapaces de malas intenciones: muchas veces, al contrario, con su mochila cargada de entusiastas renovaciones.

Pero al menos entonces les faltaba un hervor, una vuelta de tuerca… si lo hubieran tenido, les habría permitido autopercibirse como lo que realmente eran: instrumentos involuntarios, al servicio de unas fuerzas empeñadas en desactivar a la sociedad civil en sus infinitas facetas.

Ya entonces empezaba a cundir el desánimo. A día de hoy sería harto difícil encontrar algo más involucionista que un pedagogo. Y eso que en otros tiempos llegaron a compartir esfuerzos y construyeron peldaños de cielo, codo con codo.



[1] Por muy buenas que fueran.

[2] El roce con los niños les ha contagiado.

 

 

Sonido

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