Facundo Casero   ´97 ´99 802
             
               

 

Su carácter afable, sus buenas maneras, su don de gentes, su educación impecable… todo en Facundo Casero parecía correcto y sin embargo tras separarte de él, te invadía la sensación de haber sido estafado: de alguna manera inconsciente, imposible de justificar racionalmente, pero esa paz interior que le queda a quien ha sido engañado, estaba allí.

Supongo que respondía a la relación que me unía a Facundo Casero: era un constructor de Samarcanda, propietario de múltiples viviendas, alguna de las cuales dedicaba al alquiler. Es decir, era el casero dueño del edificio en el que se encontraba el piso de la calle Conde Drácula en el que viví una buena temporada. En otras palabras, respondía al clásico y conocido perfil del especulador de Samarcanda: alguien de quien había que desconfiar por definición, más que nada porque su principal misión era desconfiar de ti como inquilino.

La relación que nos unía a Facundo Casero y a mí era de rebote: cuando Esmeralda PUMA abandonó el piso al terminar la carrera, su habitación pasé a ocuparla yo. Poco a poco después fueron marchando una tal Melsa, el Chaval estudiante de Psicología y alguien más que no recuerdo: me hice responsable del asunto y busqué compañeros de piso, pero era yo el titular del contrato y por tanto de las legalidades adyacentes.

Supongo que a Facundo Casero debí de parecerle convincente, porque tras una entrevista informal en su domicilio (repleto de arrumacos familiares repujados en oro, de ésos que tanto gustan a las familias maracandesas) acabamos dándonos la mano, fijado el precio y mi compromiso a hacer frente al pago de todas las mensualidades puntualmente.

Así fue religiosamente durante todo el tiempo que permanecí en aquel domicilio, ni un solo mes falté a la obligación del pago. Y cuando abandoné aquella vivienda la titularidad de las obligaciones pasó a ser responsabilidad de Valentín Hermano… desconozco si respondió correctamente a semejante papeleta, pero yo ya estaba en otro planeta.

Lo cierto es que la relación con Facundo Casero para mí resultaba de lo más correcto, jamás tuve problemas de ningún tipo con él: si hubo alguna necesidad material en el piso y se lo comuniqué, puso remedio sin problemas. Nadie hubiera dicho que nuestra relación económica giraba en torno a un edificio que conservaba el encanto de los años ’40 en que fue construido, pero en el que el tiempo había ido haciendo mella… sobre todo por la fatiga de los materiales. Ventanas que no ajustaban ni aislaban, un portal desvencijado y una escalera tétrica por la dejadez y la falta de luz sólo eran leves ejemplos. Venían a agravarse con el yonki que vivió durante una temporada en un agujero del portal y otras menudencias semejantes.

Pero si Facundo Casero no se deshacía del edificio, parece ser que se debía al valor histórico-artístico con el que había sido calificado el mismo. Una fachada “estarificada” que le otorgaba una valía digna de permanecer en pie. Eso o los vecinos, que le obligaban legalmente por ser inquilinos sujetos a contratos de renta antigua a precios irrisorios… la imposibilidad de que Facundo Casero les echase a la calle (a no ser utilizando alguna variante del mobbing inmobiliario): sólo podía esperar a que murieran para derribar y construir de nuevo, que era lo suyo.

En fin, una más de las historias típicas del Conde Drácula… ese personaje histórico cuya única finalidad parece ser la de chuparle la sangre a todo quisqui. Tan típica de Transilvania como de Samarcanda.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta