Chaval estudiante de Psicología Namangan ´97 ´98 761
             
               

Era uno de los habitantes del piso de Conde Drácula cuando recalé en aquel domicilio; el Chaval estudiante de Psicología era un añadido al ambiente estudiantil que se respiraba en aquel inmueble y que más tarde se transmutaría en algo distinto… con el acontecer de los sucesos de mi vida, contagiada a aquellas paredes. Pero cuando yo entré a vivir en tan sin par lugar, el Chaval estudiante de Psicología era figura principal en el piso.

Dentro del horizonte que allí se contemplaba, el Chaval estudiante de Psicología era poco menos que una eminencia, claro; de hecho él también se tenía por alguien superior… con esa suficiencia que caracteriza a quienes cursan los estudios de Psicología. Parece como si estudiaran a quienes comparten con ellos: charlas, copas o convivencia. Como si hubiera una doble realidad, una la vida misma, pero simultáneamente la de su cabeza estudiando psicológicamente todo. Algo que la realidad desmiente, porque enseguida salta a la vista que aquello no es más que pantomima; complejo de superioridad o directamente ínfulas sin motivo.

El caso del Chaval estudiante de Psicología resultaba paradigmático, porque a pesar de ser un buen chaval, sin malicia, dejaba bien claro a la primera de cambio que le faltaba mucho para llegar a lo que se supone que debería ser un psicólogo: alguien capaz de dominar la mente humana hasta poder ponerle remedio a sus disfunciones.

Durante los meses que el Chaval estudiante de Psicología y yo compartimos piso, hasta que terminado el curso académico se marchó y no volví a verle más… nuestra relación fue muy cordial; nada problemática, puesto que sobre todo se limitó a cuestiones domésticas. Cuando en alguna ocasión llegamos a charlar amigablemente, lo hicimos sobre cuestiones frugales poco problemáticas: casi siempre en clave de humor, porque en mi recuerdo está sonriente o soltando carcajadas a raíz de mis ocurrencias… pero él no aportaba nada de su cosecha y por lo tanto yo no conseguía retroalimentar la conversación para convertirla en perdurable o inmortalizar el momento. No lo digo como reproche, es simplemente descriptivo.

Probablemente si el Chaval estudiante de Psicología hubiera sido de otra manera, actualmente mi opinión de los psicólogos sería distinta, pero no fue así ¡qué le vamos a hacer!

Para explicarlo con un ejemplo diáfano: el Chaval estudiante de Psicología tenía como decoración en la puerta de su habitación un cartel peculiar. Se trataba de una foto en blanco y negro, en la que podía verse a un niño sonriente al aire libre… llevaba en los brazos un cerdito, un cochinillo vivo. Bajo la foto podía leerse: “Quien tiene un amigo, tiene un tesoro”. Letras blancas sobre fondo verde, creo recordar.

De alguna forma, resumía la manera de ver el mundo que tenían los ojos del Chaval estudiante de Psicología: a caballo entre lo naïf y la ternura, con un poso de filantropía que daba a entender de forma inequívoca que el Chaval estudiante de Psicología se alineaba en un lugar ciertamente inocente, olvidando de manera deliberada el sustrato real del ser humano.

Yo respetaba aquella forma de ver el mundo, pero el cuerpo me pedía una vuelta de tuerca que ajustara la realidad: algo así como un toque de atención para dejar patente que aquello se quedaba corto… no sé si fue una ocurrencia mía o surgió en una conversación con Felipe Anfetas o algún otro elemento circulante por allí. Lo cierto es que la puntualización arrancó carcajada del Chaval estudiante de Psicología: probablemente sin comprender por completo el alcance de la corrección en aquel momento, aunque puede que posteriormente, reflexionando, llegase a captar la plena esencia. “No. Quien tiene un amigo, tiene un tostón”. –le dije, señalándole la foto.

 

 

Sonido

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