Fernando
Patético     ´89 ´93 736
             

 

La estética pretendida y aparentemente desastrada de Fernando Patético no era más que apariencia, fachada; una especie de dejadez militante que en realidad no era el correlato del alma que correspondía a quien habitaba bajo aquellas ropas, en aquel cuerpo. Algo semejante a lo que después sería el grunge: pijos con apariencia de gente tirada o desahuciados de la vida. Pantalones de marcas carísimas aparentando pobreza, algo así como el colmo del rico: disfrazarse de pobre.

Pues Fernando Patético era algo así, cercano en apariencia pero lejanísimo de todo: a años-luz de la humanidad y de la Humanidad. Gustaba de lucir larga melena y deambular por las calles maracandesas aleteando su abrigo largo, hasta los pies, al estilo de los vampiros que parecen deslizarse sobre el suelo o levitar levemente. Iba luciendo esa estética tras su carta de presentación, que no era otra sino una sonrisa algo torcida, como de ironía con complejo de superioridad. Fernando Patético solía mirar de hito en hito a su interlocutor desde detrás de sus ojillos, pretendidamente seductores cuando se trataba de conversaciones con elementos femeninos.

El hecho de que fuera estudiante de Filosofía (más concretamente de una promoción posterior a la mía) le otorgaba un halo cercano al malditismo que él se complacía en fomentar, cultivar, madurar o destilar… como suele ser habitual entre elementos semejantes. Sin embargo, todo su mérito se reducía a eso: prometer con su imagen, sus palabras o el conjunto de su presencia… algo indefinido que después no se concretaba en nada.

Al menos para mí siempre fue así: oía hablar de Fernando Patético a sus compañeros de clase como si se tratara de un personaje digno de ser tenido en cuenta, pero jamás pasó de eso… ser un personaje. Algunas veces charlamos en algún oscuro punto de las inhóspitas noches maracandesas, pues en ocasiones coincidíamos en antros que ambos solíamos frecuentar. Conversaciones insustanciales acerca de minucias académicas, mayormente.

Una araña tendiendo su red a la espera de que cayera alguna mosquita muerta: si no antes, seguro después… de ser vaciada por sus inmisericordes colmillos.

Si digo todo lo anterior… pudiera parecer que no hay motivo alguno para que Fernando Patético forme parte del grueso de estas malas memorias, pero resulta una referencia necesaria (que no imprescindible) porque las tejidas redes que eran su táctica seductora, en ocasiones funcionaba… y una de ellas fue significativa para este contexto, pues dio con los huesos de Dolores BABÁ en el lecho mortecino del tal Fernando Patético, ostentando éste por tanto el dudoso mérito de haberme puesto los cuernos, según declaración de ella… porque a la sazón Dolores BABÁ era mi pareja, pero en la distancia (gracias a la lotería del universo de las interinidades de profesores de Secundaria).

Durante una de las inopinadas noches de desenfreno pacense, Dolores BABÁ se deslizó por aquella pendiente que la llevaba hacia un abismo difícilmente clasificable, pues respondía nada más que al viejo ardid masculino consistente en ir dejando miguitas por el camino, para ver si alguna pájara llegaba a picotearlas hasta caer en la trampa del lecho adornado con infinitos cebos, pero sin gran contenido: fungible, agotándose en el hecho/acto mismo, extinguido con el uso. Fernando Patético hizo otra muesca en la culata de su revólver, mas continuó ejerciendo de maldito… ahora con mayor motivo, pues se trataba nada menos que de un profesor de Filosofía de carácter interino.


 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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