Gabi
ASAS   Samarcanda ´82 ´86 811
             

 

De entre los líderes domésticos de andar por casa, de los grupillos adolescentes, podrían distinguirse dos tipos: por un lado quienes lo son por su personalidad y su manera de ser… y por otro, quienes tienen protagonismo por su posición social.

A este último grupo pertenecía Gabi ASAS, aunque su idiosincrasia había ido posibilitando que con el paso del tiempo Gabi ASAS fuera trasladándose hacia el primer grupo. Pero no por adquirir características de liderazgo o ir desarrollando inteligencia (ni tan solo grupal), sino por saber venderse bien como producto social, por así decirlo.

Una especie de inteligencia emocional aplicada de manera que aunque todo el mundo sabía y reconocía abiertamente sus múltiples limitaciones (lo que incluía al propio Gabi ASAS), él sabía jugar con la relatividad de los valores hasta darles la vuelta a las cosas, deviniendo un reivindicador del buen rollo y el humor tan permanente como superficial.

Poco importaba su apariencia de flacucho (aunque musculoso, gracias a su trabajo), las gafas de culo de vaso o el escaso cuidado estético… tampoco sus modales zafios o la carencia de respeto con la que se dirigía en general a todo el mundo. De manera que acababa careciendo de importancia que Gabi ASAS fuera un declarado y convencido ignorante de casi todo: era capaz de reírse de sí mismo y esto le daba carta blanca para ridiculizarlo todo y reírse de los demás.

La conclusión venía siendo que todo aquello resultaba secundario si podía disfrutarse de la vida un rato: entre cañas, partidas de futbolín o contando chistes, haciendo comentarios jocosos de la actualidad (famosos, políticos, deportistas… todos iban a parar al mismo saco de la risa) o también charlando en la calle, en pandilla, mientras iban desfilando los personajes del barrio por delante, como en una pasarela.

Al fin, una suerte de hedonismo y superficialidad tan fungibles como aquella juventud que día a día se le escapaba entre los dedos: pero Gabi ASAS estaba convencido de disfrutarla totalmente, porque tenía la impresión de que la vida podía ser así ya para siempre.

Puede que a ello contribuyera el hecho de que su padre había sabido medrar en el mundillo de la construcción durante los ’80, facilitando que la vida de Gabi ASAS hubiera sido siempre económicamente fácil; con esto, Gabi ASAS acabó pensando que lo mejor sería continuar en aquella línea que tantas alegrías proporcionaba. El asunto de usar el cerebro para fines distintos al de ligar o el de divertirse ufanamente, se lo dejaba a los demás con generosidad. En este sentido Gabi ASAS y yo éramos complementarios, pues yo les regalaba a él y los suyos todo cuanto fuera superficialidad vana y sin trascendencia metafísica. Por eso nos llevábamos bien y compartíamos infinidad de ratos charlando con un buen humor inagotable, aunque con orígenes y objetivos bien diferentes.

Una tarde me acompañó a un cursillo de introducción al Periodismo aquel ’83: el tema me interesaba como posible salida universitaria a mis inquietudes. Pero Gabi ASAS sólo llegó hasta la puerta… cuando le invitaron a entrar, respondió educadamente: “No, tengo que irme a hacer unas cosas… no puedo”. Allí quedó más que patente el divorcio que existía entre nuestros dos mundos respectivos; todo un símbolo, sin duda, de lo que pasaría posteriormente. Aunque no en el periodismo, yo me zambullí en la UdeS durante casi 20 años… Gabi ASAS se dedicó a construir casas. No volvimos a vernos.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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