Giacomo
Uruguay ´94 ´96  807
             

 

Se le notaba en la cara: Giacomo era de esas personas que guardan silencio para parecer más interesantes, para sembrar el beneficio de una duda que en cuanto abren la boca se disipa… luego a Giacomo se le perdonaba por aparentar bonhomía de forma pretendidamente sincera.

Era oriundo del Uruguay, así que me quedaba un poco cercano por el asunto de los tangos; era un estudiante de F. con beca, así que me quedaba un poco cercano por el asunto del saber; era conocido-admirador de Dolores BABÁ, así que me quedaba un poco cercano por el asunto de las pretensiones comunes hacia la misma chica. Sin embargo ninguno de estos tres temas fueron objeto de conversación entre nosotros, al menos que yo lo recuerde. Quizás porque de alguna manera habrían significado ponernos respectivamente a prueba, a ver de qué pie calzaba el otro, con el consiguiente riesgo de salir mal parado en la contienda.

Así que Giacomo y yo nos encontrábamos con relativa frecuencia; a veces yo iba solo, otras ocasiones en pareja con Dolores BABÁ… y en el resto de los casos, en pandilla. Cuando ocurría esto último, Giacomo y yo intercambiábamos un saludo cordial, sin más, pero cuando se trataba de una de mis excursiones en solitario por la noche maracandesa, la charla era más o menos prolongada y/o animada. Eso sí, siempre con el tema básico de cuestiones académicas, pero sin entrar a valorar cada uno la perspectiva del otro.

Un respeto recíproco, más que nada porque al ser yo licenciado y él aún estudiante, habría resultado un poco prepotente por mi parte abordar cuestiones que pudieran dejar en evidencia alguna de sus carencias.

Y cuando yo iba en compañía de nuestra común conocida (que por otra parte era el único motivo por el que yo había llegado a entrar en contacto con Giacomo), lo mejor –para tod@s l@s implicad@s– era hablar de la noche en cualquiera de sus facetas, en alguna de sus múltiples vertientes… Así lo hacíamos, comentando músicas, ambientes o anécdotas: algo que llenara la conversación de amabilidad y diplomacia, para mostrarnos como los seres civilizados que se suponía éramos. Después venía la despedida, la separación hasta la próxima ocasión, el siguiente encuentro más o menos fortuito, pues frecuentábamos los mismos baretos y estaba cantado que antes o después acabaríamos reencontrándonos.

Yo adivinaba en el gesto de Giacomo un atisbo de envidia que quizás sólo estuviera en mi imaginación, porque jamás tuve prueba empírica de ello, salvo los comentarios interesados y de parte que exhalaba Dolores BABÁ. Por mi parte pensaba lo equivocado que estaba aquel pobre Giacomo, quien sin duda tenía idealizada a la ínclita en alguna de o todas sus facetas femeninas… imagino que el resto ni le interesaban.

Es más: yo deseaba que Giacomo jamás llegara a tener que contrastar sus expectativas con una realidad, la de Dolores BABÁ, que a buen seguro le habría defraudado en todo caso o casi. En otras palabras, no le deseaba mi suerte, porque teniéndola idealizada como lo hacía, siempre guardaba en la recámara la posibilidad de hacer práctica aquella pretensión de convertir en real lo que acertadamente no era más que un sueño.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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