Guadalupe Tarta
    Mûynoq ´88 ´91  947
             

 

No puedo imaginar cuál es el proceso mental que llevó a Guadalupe Tarta a decidirse por la Medicina como disciplina para estudiar, aunque imagino que en el fondo o el trasfondo de su decisión a buen seguro estaba el asunto de curarse a sí misma… algo así como lo que entre los profesionales de la Psicología es mental, pero aplicado en este caso a la fisiología, a las dolencias del cuerpo.

Menos aún me lo explico cuando soy incapaz de adivinar por qué, a medida que avanzaba en los estudios, no desistió en el empeño, Aunque imagino que esto fue algo a caballo entre la cabezonería y el rendimiento económico futuro que esperaba de cuanto hasta entonces llevaba invertido… También pudo ser algo más sencillo, como que Guadalupe Tarta no valía para otra cosa, pero al menos en la Medicina podía parapetarse igual que lo hace un soldado en la trinchera, desesperado entre los sacos de arena que le separan de los constantes disparos del enemigo.

Pero Guadalupe Tarta no tenía pinta de médico en un futuro cercano; ni lejano. No había más que ver su risa nerviosa permanente, su tartamudez con dificultad disimulada, un cuerpo que parecía de todo menos saludable y un carácter lábil que se prestaba más a seguir consejos ajenos que impartírselos a sus futuros pacientes. Aunque en realidad su principal paciente era ella misma, pues tras infinitos años de carrera y especialidad, se encontraba a las puertas de ese paraíso que se llama MIR: la frontera que divide la vida de una persona dedicada a la Medicina entre un antes y un después.

Guadalupe Tarta anhelaba ese instante que significa elegir un destino entre la oferta de los posibles según la nota obtenida. No sé si llegaría a conseguirlo, pero la única preocupación que me provoca semejante incertidumbre es que algún día mi salud pudiera llegar a estar en sus manos, depender de su diagnóstico y prescripciones. De hecho, a raíz de mis episodios de hematuria allá por el ’92… algún día llegué a hacerle preguntas, consultarle informalmente, a ver si su opinión me ayudaba a clarificar las cosas en aquella penumbra. No hubo respuesta exacta, más bien escaqueos que venían a aconsejarme que me pusiera en manos de un profesional… de un especialista. ¡Pero si ella ya había acabado la carrera! y para profesional sólo le faltaba un examen… Me apiadé de las pobres gentes que cayeran en sus manos en un futuro no muy lejano.

Bueno, podrá pensarse que Guadalupe Tarta fallaba en este aspecto pero el resto de su vida era correcto: para nada. Bastará con recordar un lamentable episodio que tuvo lugar cuando Guadalupe Tarta vivía a pensión completa en Samarcanda, en el domicilio de una típica especuladora que respondía al perfil propio del casero maracandés por antonomasia. Le tenía secuestrados los enseres por no sé qué impresentable motivo, alguna diferencia de criterios sobre los precios… Suerte que Adolfo GHANA se prestó a solucionar el entuerto, tomándome a mí como ayudante: una tarde nos presentamos en aquel domicilio, una casa particular, Guadalupe Tarta ya tenía todo preparado para la huida. Adolfo GHANA, ante la negativa de la señora a razonar o negociar, optó por los hechos consumados: empujó la puerta y entramos, llevándonos en el acto todos los enseres de Guadalupe Tarta entre los aullidos amenazantes de la vieja, gritando que llamaría a la policía. Por fortuna para ella no llegó a hacerlo, pues habría salido perdiendo en el juicio. Lo que más me impresionó del episodio fueron las lágrimas de Guadalupe Tarta: eran una deprimente mezcla de agradecimiento, impotencia y resignación.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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