Indalecio MICA

   

Kagan

´77

´81

818

             

 

Si algún dios o algún demonio hubiera querido diseñar una cara de niño altivo, imbécil y consentido, seguro que habría elegido la de Indalecio MICA. Como yo era amigo suyo, esto lo pensaba pero jamás lo dije: habría sido enfrentarme dentro del grupo a lo que Indalecio MICA representaba allí, que no era otra cosa que el afán de llevar la contraria, independientemente de lo que se tratase. Simplemente, el carácter contestatario y de ruptura generacional típico de la adolescencia. En caso de haberme enfrentado a él, yo habría pasado a formar parte del enemigo, lo que incluye no sólo a los progenitores… también a todos los adultos por extensión y a quienes se pusieran de su parte.

Bueno, el caso de Indalecio MICA era típico porque la edad le acompañaba, pero también algunos elementos importantes a la hora de configurar semejante personalidad. Por ejemplo, que su padre tenía la obligación personal de ser tolerante, puesto que había pasado: de ser devoto y religioso a más no poder, de misa diaria (lo que se conoce comúnmente como meapilas)… a militar en las filas socialistas con la llegada de la democracia, llegando incluso a ser concejal de Kagan.

¡Y claro! su imagen se habría visto seriamente dañada por un escándalo semejante a una paliza a su vástago o simplemente altercados en público, así que Indalecio MICA se aprovechaba de esto para hacer de las suyas, la infinita, inacabable tarea del mal comportamiento generalizado, las faltas de educación y un expediente académico repleto de tachas.

En definitiva, Indalecio MICA era un bala perdida cuyas únicas aspiraciones consistían en no hacer nada; pero de forma ostentosa, casi como un desplante hacia sus padres y herman@s, que no sabían qué hacer con él.

La solución del internado siempre estuvo sobre la mesa como una espada de Damocles: amenaza que no sé si alguna vez llegó a cumplirse. Lo cierto es que a cualquier adulto, por muy pacífico que fuera, encontrarse con aquel percal cara a cara era casi una invitación al abofeteamiento en público como forma de reprobación universalmente comprensible.

Incluso a mí me parecía justificable una respuesta semejante a la vista de aquella cara y aquel carácter. Para colmo, su madre se refería a él, incluso le llamaba por el nombre de una colonia infantil de la época, porque decía que de pequeño se parecía al bebé del anuncio… esto cuando la criatura aún no sabía articular palabra, claro: cuando Indalecio MICA fue creciendo la decepción debió de ser tal que seguramente llegaron a pensar en cambiarle el apodo por el de algún fertilizante, aunque no creo que llegaran a hacerlo.

Esto era allá por el ’81, cuando yo aún frecuentaba Kagan durante los veranos y el propio Indalecio MICA se encontraba entre los componentes de la pandilla a la que yo me sumaba. Poco después, con mi crecimiento y el cambio de vida que significó para mí (afortunadamente) dedicarme a estudiar y reducir mi horizonte a Samarcanda, le perdí la pista… a Indalecio MICA como a todos los demás, abandonando una etapa de mi vida ciertamente aleccionadora, aunque no siempre agradable.

Imagino que el pobre Indalecio MICA, tan gracioso siempre y con aquella risa que invitaba involuntariamente a romperle los dientes, acabaría siendo la carne de cañón que prometía ya entonces. La típica y archiconocida historia del niño consentido, de vida fácil y cerebro bajo mínimos.

Una tarde, sentado en la piscina, soltó un pedo que hizo vibrar al barquito que decoraba su bañador. La risa consiguiente, provocada por la navegación aérea del dibujo fue seguramente la mejor obra de su vida.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta