Indio

   

Samarcanda

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Siempre que nos encontrábamos, jugábamos a enfadarnos: con una complicidad compartida que arrancaba implícitamente del día en que nos conocimos. El Indio y yo mantuvimos una especie de pulso psicológico en aquella ocasión y –como nos gustó el papel representado, que tuvo éxito ante el público del momento- pues nos quedamos con él puesto ya para siempre. Pero los dos sabíamos que era de falsete, impostado: teatrillo realizado más que nada para divertirnos recíprocamente y dar un poco de vidilla a la concurrencia.

El Indio era un tipo simpático, agradable y risueño, practicante del tan extendido deporte del fumeteo, algo que compartía con su hermano Caco. Alto, delgado, barbudo y un poco desastrado en el vestir… las preocupaciones del Indio iban desde el ritmo más o menos musical (la percusión en general) hasta el interés por las culturas norteamericanas precolombinas. De esta afición y su apariencia física, sin duda, le venía el apodo, que él aceptaba o propiciaba: por entender más o menos conscientemente que se trataba de alguna variante de reencarnación de espíritus con los que comulgaba íntimamente, pero como algo intuitivo… nada racional ni discursivo, puesto que éstas eran cuestiones que al Indio le quedaban lejanas.

Digamos que no conectaba con ellas, eran de otro plano; pertenecían a otra dimensión de una realidad que el Indio tomaba por la faceta más divertida. Y cuando no la tenía, la inventaba o la fingía con la intención de sobrevivir espiritualmente en el fango que le había tocado vivir: el mismo que a todos nosotros; pero en su caso conseguía ir destilando la cantidad suficiente de entretenimiento para sobrevivir.

Yo contribuía a semejante esquema de vida con mis payasadas múltiples: desde mis poemas hasta mis fotografías, pasando por las improvisadas conversaciones con las que de tanto en tanto el Indio y yo nos entreteníamos. Creo que se interesaba por alguna Filología, pero las cuestiones académicas eran demasiado rígidas para poder satisfacer a alguien como él, con una personalidad inquieta y poliédrica.

A mí me parecía una auténtica lástima que el mundo intelectual se dejara escapar a personas como el Indio, cuya riqueza interior resulta imposible de comprender para personalidades pacatas. Pero durante los ratos de libertad absoluta que compartíamos en ocasiones, todo aquello flotaba en el aire; aunque las palabras o las ideas fueran incapaces de aprehenderlo, allí estaba.

Quizá por eso muchas veces dejábamos de hablar y el grupo, como movido por un anhelo común y no verbalizado, no formalizado en palabras sino en ritos, elegía algún instrumento y entre tod@s montábamos una jam session: sin más finalidad que disfrutar de un ritmo, una música improvisada sobre la marcha. El tiempo desaparecía: no sabíamos cuándo había empezado ni tampoco cuándo terminaría. Era un rato eterno, capturado en medio de la vorágine y la estepa cualquier noche o cualquier día. Saltándose las coordenadas y los aprioris, reinventando el Universo desde la risa del Indio y con todo el grupo llevando el ritmo hasta el infinito.

 


 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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