Indira

 

Psicología

Ghijduwon

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Indira Psicología tenía la misma cara de quien aguarda el turno en una sala de espera: un poco resignada, algo contrariada y con un toque de impaciencia. La diferencia es que Indira Psicología no esperaba nada en concreto, sino que transmitía más bien la impresión de que la suya era una actitud existencial, no circunstancial… es decir, que no se restringía a algo en concreto, sino que respondía a su alma: incómoda por haber adoptado la materia para personificarse.

De alguna forma, aunque no sé cómo, yo captaba semejante información. Indira Psicología había elegido la Psicología porque era lo menos inmaterial que posee el ser humano, aunque los fundamentos biológicos de la conducta ya pongan en tela de juicio semejante afirmación.

En cualquier caso, lo de Indira Psicología parecía algo así como un mal menor, porque jamás la oí hablar de nada ni referirse a nada relacionado con la Psicología de forma entusiasta o apasionada. Yo tenía la impresión, quizás equivocada, de que Indira Psicología había elegido ese campo profesional y ese ámbito del saber como mal menor, tras haber ido descartando una tras otra cuantas opciones había llegado a plantearse como herramienta y/o forma de vida. Y en eso me daba la impresión de que había cierto paralelismo con su marido, Mario Chatarrero: el hombre que se dedicaba a los desguaces. Si ella se ocupaba de las mentes humanas, él de los desechos materiales… algo de compensación mutua había en aquella pareja, sin duda.

Ambos eran amigos de Valentín Hermano y por ese motivo llegué a conocer a Indira Psicología; ello no supuso un cambio en mi opinión sobre los profesionales de la Psicología, sino más bien una reafirmación en lo que hasta entonces había conocido de aquel colectivo. Porque Indira Psicología sin duda era una persona atormentada: su rostro se encontraba permanentemente invadido por un color cerúleo que se alejaba bastante de la imagen sana que comunica visualmente un rostro campesino, por ejemplo. La mirada de Indira Psicología resultaba triste y sus ojeras probablemente procedían de largas sesiones de estudio: esto transmitía sin lugar a dudas que sufría las consecuencias de la carrera, pero no disfrutaba intelectualmente de su contenido.

La maldición de tener un cuerpo, vivir en él: una idea harto conocida en infinidad de culturas y pensamientos de todo tipo. Indica sin duda una corriente que ahonda en la contradicción de la materia como maldición. Charlar con Indira Psicología te sumergía en dicho mundo, pero no porque ella hablase de este tema, sino porque el lenguaje no verbal que irradiaba su presencia acababa llevando al interlocutor hacia semejantes terrenos cenagosos.

Indira Psicología y yo hablamos pocas veces, es cierto, pero fueron suficientes para comprobar que lo que ahora se denomina gente tóxica también puede encontrarse jalonando las filas de quienes se supone tienen por misión curar las mentes ajenas; porque pretendidamente era así, pero ¿quién vigila al vigilante?

Para mí lo más positivo de Indira Psicología fue que durante algún tiempo permitió a mis padres vivir de alquiler en el que había sido su piso durante su época de estudiante, a un precio razonable: apelando a la amistad que unía a Indira Psicología, Mario Chatarrero y Valentín Hermano se logró un acuerdo temporal para vivir en la Avenida Perú 123. Cuando volvía yo de madrugada, ya amanecido, a dormir a casa antes de que se levantaran mis padres: tras toda una noche de juerga, descontroles múltiples… me parecía ver a Indira Psicología sentada en el sofá: como siempre, con cara de funeral. Aquella visión era nada menos que su silueta atormentada, que había quedado allí ya para siempre: un toque de atención permanente.

 

 

 

 

Sonido

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