Jaco

 

 

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La cara siempre sonriente, ojisaltona de mirada azul celeste y enmarcada por un pelo rizado y negro que parecía artificial y contrastaba con su tez blanquecina: éstas eran las características más relevantes cuando la imagen del Jaco se te ponía delante. Luego, enseguida te dabas cuenta de con quién estabas tratando… más que nada por la risa floja y la mirada perdida que permanentemente tenían conquistado su rostro.

Solía vestir de oscuro y siempre tenía en la mano, como colgado de los dedos, algún elemento fumable: el Jaco era de esa gente que se liaba cigarrillos con tabaco de pipa, pero para mí que era simplemente una forma de disimular su ejercicio real y vocacional, que no era otro que el porro. Distinguir entre una cosa y otra resultaba francamente difícil a simple vista, pero el olor delataba aquella afición del Jaco a la droga blanda que él se aprestaba a negar de palabra: pero con la boca pequeña, pues el aroma le delataba.

No sé si el Jaco estaba en el instituto, pero lo que es seguro es que no estudiaba, aunque desconozco si aprobaba; era uno más de la pandilla que frecuentaba Marilyn Hermana: aquéllos que llenaban el Plátanos por la tarde, allá por el ’85. Solían darnos el relevo a los que llegábamos por la noche, dejándonos libre la barra del bar y cambiaba la música para adaptarse a nuestros gustos. Sobre las aficiones de aquella pandilla, la del Jaco y Marilyn Hermana, sólo había que respirar un poco de la atmósfera que allí dominaba para saber en qué mundo habitaban ell@s.

El Jaco era un referente, un paradigma en aquel submundo: lo más normal era verle agarrado a una cerveza o un vaso largo lleno de whisky… con la mano que le dejaba libre el asunto del fumeteo. Intercambiar con el Jaco algún tipo de diálogo que fuera más allá de la música, el alcohol o las risas… resultaba una quimera, casi un milagro. Creo que jamás llegué a mantener una conversación coherente con él, algo que habría resultado imposible con toda seguridad.

El Jaco era como uno de esos insectos que van por la Naturaleza revoloteando, sin conciencia de sí mismos ni de la realidad en la que se encuentran: simplemente emplean sus energías en seguir unos instintos por los que no se preguntan siquiera. Uno de ellos sin duda es el del apareamiento, porque más de una vez encontré al Jaco haciendo maniobras de acercamiento a alguna fémina. Lo que viene siendo un ritual de cortejo, vamos; yo me preguntaba qué tipo de mujer, de chica o de ente podría entrar a interactuar con semejante individuo… imagino que a según qué horas y en según qué condiciones cerebrales, alguna podía encontrar encantadora su sonrisa, claro: por eso suele decirse que siempre hay un roto para un descosido. Y el Jaco estaba tan roto como descosido, sin duda alguna.

En una de esas ocasiones coincidió que la víctima propiciatoria era conocida mía (no recuerdo quién, como tampoco dónde ocurrió el asunto, pero fue un domicilio particular, al salir del Esquizofrenia ya amanecido el día); ella no quería, pero el Jaco se empeñaba en insistir por aquello de la técnica de dar el coñazo hasta que la chica acabara follando con él sólo para conseguir que se marchara, quitársele de encima (nunca mejor dicho, literalmente). Yo tuve que hacer de mediador para que el Jaco desistiera… no sé si lo conseguí finalmente, porque razonar con aquel cerebro resultaba poco menos que imposible. Me fui, cansado de su risa floja y sin trastienda.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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