Esquizofrenia

Pub

 

Samarcanda

´86

´94

 568

             

 

Si puede decirse así, sin sonrojo, el Esquizofrenia era toda una institución de la Samarcanda alternativa de los ’80. De una Samarcanda que precisamente estaba en contra de las instituciones… Digamos entonces que era una especie de santuario pagano, en el cual tenían lugar ceremoniales inimaginables para los habitantes diurnos del poblachón con ínfulas intelectuales llamado Samarcanda.

Una especie de Mr. Hyde trasladado o traducido a urbe. A partir de esta personalidad alternativa, la ciudad dejaba ir alegremente sus esencias más recónditas… Para que[1] florecieran en la sombra de la noche, igual que pueden hacerlo las flores políticamente correctas a la luz del día.

Aunque no lo pareciera, el Esquizofrenia era un lugar terapéutico… un traslado en espacio y tiempo a los balnearios con cien años de historia, pero desde su antítesis.

¿Era un reducto de altas horas porque albergaba desparrames… o al revés? Resultaría difícil elucubrar cuál era la causa y cuál el efecto, pero había algo seguro. Lo que se calificaba como imposible en resto del Universo, en el Esquizofrenia resultaba plato del día… Probable y precisamente porque el público llegaba predispuesto y en condiciones de buscar límites a una realidad que fuera de aquel recinto resultaba ciertamente pacata.

Visto desde una perspectiva digamos análoga a la del Materialismo Histórico[2], podría decirse que allí se ventilaban dos concepciones del Universo que resultaban antagónicas. Una: la de la vida ordenada desde unos cánones social-demócratas, de pretendida sanidad físico-social[3] y cuyo objetivo era la sociedad cuadriculada que todos conocemos… En la que todo es previsible, mensurable, evaluable y fácilmente resolutivo y resoluble.

Otra: la de la vida inaprehensible, que no conoce horarios ni obligaciones. La vida en estado puro, sin domesticar. Por eso mismo, autodestructiva… y cercana a todos los territorios marginales imaginables.

El enfrentamiento entre ambas maneras de vivir estaba servido. De hecho, resultaba constante sobre aquel campo de batalla que se llamaba Esquizofrenia. En cuanto abría sus puertas al público cada día, ya estaba funcionando la maquinaria institucional. Amenazas y requerimientos legales por incumplimiento de normativas, visitas de las fuerzas del orden, clausuras temporales… Todo un arsenal con el que la sociedad cuadriculada bombardeaba en la línea de flotación a un tipo de sociedad que para ella resultaba indeseable por incompatible. El Esquizofrenia resultaba el ejemplo más prístino de lo que no debía ser el Uzbekistán al que enfocaban todos sus esfuerzos en transformar. Precisamente por eso el Esquizofrenia acabó convirtiéndose en todo un símbolo. De resistencia del inconsciente y las fuerzas, incontrolables pero existentes, del ser humano… Con el descaro propio del espíritu juvenil: desplante hacia una sociedad posiblemente moderna, pero cada vez más fea.

Podríamos afirmar que en el Esquizofrenia latía una variante de la esquizofrenia. Quedaba patente en las dos versiones del Esquizofrenia, que tenían lugar simultáneamente en los ámbitos interno y externo.

Como entidad de-puertas-afuera, ya está dicho. Era la Samarcanda oscura, nido de las tendencias más incontrolables del ser humano. Como entidad de-puertas-adentro, era un símbolo de la apertura que tuvo lugar tras la dictadura y desde fuera pretendía darse por zanjada… pero desde dentro, resistir a toda costa.

En aquella guerra abierta ya se sabía quién saldría vencedor. Se trataba únicamente de la crónica de un cierre anunciado. Uno de los bandos contendientes tenía a su favor la ley. Ese imperio de leguleyos y enciclopedias de letra pequeña… significaba que el tiempo estaba de su parte cuando corría. Aunque fuera una victoria pírrica, la tenían asegurada.

Si por otra parte el enemigo, el Esquizofrenia, buscaba y encontraba fisuras que le permitieran ir ganando tiempo, la caducidad de dicha resistencia estaba garantizada… Era una pelea amañada de antemano.

David contra Goliath: pero como batalla real, no como leyenda. Sí que tenía carga metafórica, pero no se trataba de una parábola bíblica, sino de una lección de Historia… Un aviso para navegantes, que sirviera durante mucho tiempo como referencia de futuras actuaciones por parte de todo el mundo: jurisprudencia, que le dicen.

Mirado desde el otro punto de vista, la cuestión estaba directamente relacionada con el carpe diem. Mientras aquello resistiera. Así se comportaba el Esquizofrenia y su clientela: como si no hubiera mañana. Cada día era el último porque podía llegar a serlo efectivamente. Plazos legales, sanciones, amenazas de cierre…

Pero aparte de lo que representaba públicamente el Esquizofrenia, estaba lo que era. Esas dos facetas indisolubles constituían lo que yo llamaría “la esquizofrenia del Esquizofrenia”. Si curioso era el rol social de aquel lugar tan singular, no menos llamativo resultaba lo que podríamos denominar su carácter… Lo que era en esencia el Esquizofrenia de puertas adentro, digamos.

No haré aquí un catálogo de los especímenes que podían encontrarse allí habitualmente. Más que nada, porque resultaría una lista casi infinita… Además de provocar la inagotable envidia de cualquier lector que en su día no tuvo la oportunidad de deslizarse por aquel terreno pantanoso, resbaladizo.

Antes de nada resulta necesaria una puntualización previa. Salir indemne del paso por el Esquizofrenia no era algo fácil ni común. Mucha gente encontró allí la horma de su zapato… por muchos y muy diferentes motivos. Esto conllevaba casi siempre aparejada una lección de convivencia difícil de aprender… y de olvidar.

En otras palabras, la noche del Esquizofrenia no era para cualquiera… Requería un perfil tolerante y pacífico, porque de lo contrario la ración de violencia estaba asegurada.

Téngase en cuenta una cosa: al igual que en todos los garitos caracterizados por ser de altas horas, recogía todo un crisol de fauna inclasificable. La que por lo general se encuentra rayana en los límites de la normalidad… cuando no directamente fuera de lo común: en este sentido, anormales.

Era bastante corriente ver saltar la barra hacia fuera a Javier Esquizofrenia o Tadeo Esquizofrenia[4] para repartir hostias a algún cliente que se encontraba pasado de vueltas. Arrinconarlo hacia la puerta y echarlo a la calle. Además, alguna vez se montaban peleas al estilo de las películas del oeste… Más de una noche, al llegar a casa a dormir, descubrí sorprendido mi ropa salpicada de sangre ajena.

Contaba la leyenda que en alguna ocasión habían dejado inconsciente a algún tipo durante una pelea, tras golpearle la cabeza contra la pared hasta darle lo que consideraban su merecido. Todo esto sin pararnos a detallar las peleas en el exterior, en la puerta. Ahí habría material para una teleserie.

Aparte de la agresión, también había otro motor principal en todo aquel maremágnum nuestro de cada noche… volviendo la vista a los clásicos, es necesario reconocerle a Freud su mérito al señalarlo: el sexo. Lógicamente, con todos los satélites que hábilmente suelen moverse a su alrededor… prácticamente infinitos. Pero hagamos hincapié sobre todo en un puñado representativo: la música, el alcohol y las drogas más o menos blandas que lo acompañan, la amistad, el entusiasmo, el riesgo, la enajenación más o menos voluntaria, la complicidad, la desesperación, la aventura…

Prefiero detenerme. El listado ya resulta suficientemente largo. Combinando todos esos elementos y utilizándolos como combustible para el sexo como motor principal, puede tenerse una idea bastante aproximada de lo que se ventilaba en el Esquizofrenia cada jornada.

Aunque sólo sea una imagen teórica, lejana de la jungla que se vivía en los momentos inolvidables… Ante todo éstos eran tan prácticos como imprevisibles. Dignos de figurar en cualquier antología de comportamientos humanos desinhibidos y en este sentido auténticos, sin adornos.

Los episodios que viví en el Esquizofrenia en primera persona resultarían un listado excesivamente largo y probablemente aburrido… Por eso restringiré la enumeración a los más significativos: bien sea por lo que tienen de simbólicos o por haber significado algún punto de información añadida para mi particular biografía.

No hay un sentido cronológico en lo que sigue. Se trata sólo de una enumeración de destellos, como pinceladas de luz para iluminar intuitivamente la oscuridad del Esquizofrenia. El cuadro resultante, por lo mismo, podrá resultar tan deslumbrante como un reloj blando.

1) Llevaba una buena temporada dándole vueltas en mi cabeza al asunto de los hombros femeninos como representación de una parte de la realidad que se me negaba sistemáticamente. No era otra que el mundo femenino: inaccesible para mí. Incapaz como era de encontrar la llave que me permitiese acceder al cofre del tesoro: del que estaba convencido que sería mi salvación de aquel submundo.

Y en medio de aquella vorágine que era la noche del Esquizofrenia, tan semejante a una boca del Metro en horas punta… contemplar el hombro moreno de Elsa Cuero resultó para mi enajenada mente una clarividencia: tan perfecta como imagen que me sentí insultado. En mi imaginario individual, la figura de aquel hombro resultaba un indicador. La punta de un iceberg: el que me hacía naufragar a cada instante, día tras día.

En aquel momento sentí la imperiosa necesidad de una blasfemia… Le pedí permiso para escupirle en el hombro, mientras pasaba por mi lado camino del baño. No sé por qué me lo concedió. Gracias a esa imagen pude tranquilizar mi patológica conciencia: la visión iconoclasta y absurda de mi escupitajo sobre su hombro moreno, tan sensual como apetitoso. Precisamente por seductor, según aquel enfermizo equilibrio que sólo estaba en mi imaginación, necesitado de una compensación. La cosa no fue a más, allí acabó el episodio.

Después Elsa Cuero y yo tuvimos más encuentros, sobre todo charlando y con risas. A su alrededor flotaba siempre ese matiz salvaje del olor a cuero… más iconoclasta que cualquier escupitajo. El Esquizofrenia invitaba a ese tipo de comunicación alternativa, desencajada… En su interior lo más descabellado llegaba a parecer normal.

2) Era una noche veraniega realmente inspirada. Joaquín Pilla Yeska y yo estábamos eufóricos, habíamos conseguido ligar. Si por separado ya era un mérito, emparejarnos los dos la misma noche resultaba un milagro de carambola.

La realidad es que ellas habían decidido que resultábamos entretenidos… Supongo que eso hizo que entre ambas acordasen seguir adelante con un proyecto que nos incluía como plan nocturno.

Benita Morena y Marielle MENOS eran dos chicas francesas, primas entre sí, que consumían el verano en Samarcanda. Sus padres eran emigrantes de regreso por vacaciones… imagino que para recordar viejos tiempos. Lo cierto es que aquella era una noche de éxito: Joaquín Pilla Yeska con Benita Morena y yo con Marielle MENOS… Dando tumbos por el ambiente descafeinado de la noche veraniega. Combinando cervezas con morreos: disfrutando de la vida juvenil, en una palabra. Al entrar en el Esquizofrenia pude ver a BREA en la barra… estaba solo. Una mirada cómplice y alzamiento de cejas: “Vas bien acompañado… ¿eh?” –fueron sus palabras. “Se hace lo que se puede” –le contesté quitando importancia al asunto, para no ser grosero. Se quedó apalancado en la barra y yo volví con las cervezas al asunto del morreo, que por fortuna se prolongaba apetitosamente.

Transcurrió así un buen rato. Tuve que regresar para reponer material. Me le encontré de nuevo: BREA permanecía allí, a la espera de un chavalito con el que estaba medio enrollado, según decían… Pero aquella noche no apareció. A pesar de las diferencias que nos separaban[5], BREA había conseguido algo de empatía aquella noche. Se despidió de mí con estas palabras: “Bueno, ya veo que hoy estás muy ocupado… me voy a casa, a hacerme una paja… otros tenéis más suerte”.

3) Otra noche, tras un histórico reencuentro… Jacinta HUMOS y yo volvimos a tomar una cerveza juntos, tras más de cinco años sin vernos. Por algún motivo, magnético por mi parte y de coquetería por la suya, las circunstancias nos llevaron hasta un oscuro rincón del Esquizofrenia en el que podía ocurrir prácticamente de todo… De hecho ocurría con frecuencia, aunque no me tuviera a mí como protagonista.

Con cervezas y música marchosa como todo acunamiento, charlamos amistosamente jugando al toma y daca… Mis torpes maniobras de acercamiento sólo servían para su diversión. Hasta el punto de llegar a decirme en un arrebato de sinceridad que bordeaba la frontera de lo inteligible: “No te creas que esto es otra cosa ¿eh?”… Sin aclarar qué era “esto” ni dilucidar qué era “la otra cosa”. Bueno, el típico lenguaje ambiguo capaz de encandilar a los imbéciles…

Supongo que ésa era precisamente su intención… yo ejercí como tal durante una buena temporada, que arrancó precisamente aquella noche. Infinidad de cartas y declaraciones de principios por escrito sin más cosecha que darme largas.

Probablemente todo arrancaba de mi imaginación y su capacidad para mantener el suspense: ¡con qué fruición aquella noche, en aquel rincón del Esquizofrenia, se esmeraba con la boca! Pero en algo tan sencillo como arrancar a mordiscos un botón con figura de un pingüino que yo llevaba cosido en el cuello de la camisa, del que se había encaprichado: para mí era un emblema surrealista que enlazaba con un chiste de moda en aquella época[6].

Quizá de ahí viniera mi asociación mental de aquella noche, aunque Jacinta HUMOS sólo pretendiera quedarse con el pingüino… En cualquier caso, una escena típica en aquel rincón. En ocasiones el infierno imprimía la ilusión de que el amanecer era posible entre las cuatro paredes del Esquizofrenia.

4) Ramiro Filosofía. Nuestros encuentros en el Esquizofrenia resultaban antológicos. Cada uno de nosotros venía de su particular itinerario y confluíamos al final de la noche. Como dos ríos que desembocaran en el mismo océano… nótese la metáfora de la vida como río, al más puro estilo de Jorge Manrique.

Eso venía a significar que cada uno por nuestra parte llevábamos un cargamento de inspiración, cervezas y frustraciones. Con frecuencia daban lugar a unos diálogos cuya enjundia supera todo lo imaginable. Combinaban elementos de imaginaciones dispares que sólo resultaban posibles gracias a la hora y el alcohol.

Entre mil risas una noche me comprometí con Ramiro Filosofía a incluir en mi tesina tres palabras que le encantaban: yo las conservaba en la memoria desde mis tiempos de La ofi (allá por el ’83): cabrocojostia, giliputariano y maricojoneta.

Si no llegué a cumplir mi promesa, se trató simplemente de un imperdonable olvido… El tema y el lunfardo se prestaban de sobra para glosar de manera apócrifa los tres vocablos sin mayor dificultad. Resulta adecuada anécdota para ilustrar las noches de risa desbordada en la complicidad de una filosofía que ambos compartíamos por heterodoxa, no por académica.

Ramiro Filosofía se prestaba complacido al juego psicológico de ser su yo alternativo en el Esquizofrenia de las cinco de la mañana. Algunas veces aparecía por allí también su hermana, quien gracias a la coartada del novio formal evitaba el acercamiento a las peligrosas garras de los filósofos amigos de su hermano. Aunque ambos compartían un origen de pueblo que no podían ocultar las mejillas sonrosadas de la hermana… Ramiro Filosofía estaba en vías de reciclaje hacia el mundo urbano que representaban la Facultad de Filosofía, la noche maracandesa y más concretamente el Esquizofrenia.

Nuestro reencuentro en aquel horizonte llegó a ser casi un ritual durante las noches propicias… Sin que mediara cita previa, dejándolo a un azar que para nuestro regocijo se repetía. Algún día incierto dejamos de vernos en cuerpo, en materia… pero en espíritu seguimos compartiendo carcajadas en una dimensión incierta que no cabe en los cánones al uso.

5) Eran finales de los ’80 o principios de los ’90… en aquella época Valentín Hermano trabajaba dando clases de Telecomunicaciones[7], pues había optado por aquello de quedarse en la docencia. Con el paso del tiempo cambiaría de opinión, pero resulta irrelevante para el caso.

En la época que nos ocupa tenía la rutina de volver a Samarcanda los fines de semana… sin duda echaba de menos sus viejos tiempos, de calavera.

Sólo que ahora ya el cuerpo se resentía del trabajo… y cuando llegaba la noche del viernes salía a relucir el cansancio acumulado. A lo largo de cada velada iba más o menos trampeando las encerronas de fatiga a las que le sometía el cuerpo (humano, no se olvide)… pero llegando al Esquizofrenia el asunto ya no perdonaba. Se le iba de las manos: de alguna manera la materia reclamaba su natural tributo, ordenándole retirarse a los aposentos para recuperar fuerzas.

Pero Valentín Hermano se negaba a la evidencia, no quería dejarse vencer y llegaba hasta el Esquizofrenia en su itinerario nocturno, como quien alcanza el Polo Norte. Para dejar constancia de que había estado allí una semana más… simplemente eso, al estilo Kilroy.

Pero las condiciones en las que llegaba resultaban dignas de compasión. Incapaz de pensar, hablar o cualquier otra actividad humana que precisara del cerebro.

Se sentaba en uno de los bancos del Esquizofrenia con el vaso en la mano: a contemplar la euforia ajena, como si ésta pudiera vacunarle contra la fatiga. Sentado, con los codos en las rodillas y el vaso entre las manos: ésa era la imagen típica de Valentín Hermano en aquella época en el Esquizofrenia.

Siempre ocurría lo mismo. Indefectiblemente se quedaba dormido y el ruido del vaso al estrellarse contra el suelo resultaba el punto final del episodio. Con aquel despertador, aún medio zombi, se levantaba y se marchaba a dormir a casa.

Repetía este ritual cada semana, comentándolo jocoso el sábado… pero reincidiendo al viernes siguiente. Como si se tratara de un tributo que le rendía a algún dios desconocido.

6) Una noche de tantas, inicios del verano del ’88… Dos o tres días antes de mi examen final de Metafísica, pero yo estaba de copas celebrando la vida. Como la celebraba cualquier otro día… apurando noches de aquel Tercer curso de Filosofía antes de la desbandada estival que como un tsunami se llevaba por delante a la mayoría de los compañeros de la Facultad de Filosofía.

Debían de ser las cuatro o las cinco de la mañana cuando alguien se acercó a mí y con la gravedad que requería la situación, me dijo: “Tienes que marcharte a tu casa, acaba de morir tu abuela”.

La muerte de Anastasia Abuela. Un jarro de agua fría, la llamada de la realidad reclamando su parcela. Inmisericorde, ajena a los planes de los pobres mortales. Ni siquiera recuerdo quién fue el mensajero. Inmediatamente me fui para hacer frente a la situación: los pésames, los familiares y toda la parafernalia… Me pilló sin dormir, claro. Aunque los asistentes debían de achacar mi mala cara a la pesadumbre, ignorando los antecedentes.

Un día seco en el alma, también por la marcha definitiva de aquella mujer, Anastasia Abuela, a la que yo quería desde que me alcanzaba la memoria… Aunque durante los últimos años nos hubiéramos distanciado por motivos de mi edad, de la ruptura generacional.

Ante los ojos de mis hermanos y mis primos, yo siempre había sido el nieto favorito de Anastasia Abuela… aunque mi conciencia no fuera ésa.

Mentalmente me despedí de ella, con una sensación de irrealidad sobre su muerte. Por casualidad tuve que entrar a buscar algo en su habitación con ella de cuerpo presente… me parecía estar viviendo un sueño. Probablemente fuera una sensación de irrealidad provocada por el Esquizofrenia y su atmósfera alterada y onírica. Aún resonaban en mi cabeza. Irrealidad sospechosamente semejante a la que tuve sobre su vida… una forma de cerrar un círculo que se me escapaba de la conciencia.

7) Aunque no tenían nada que ver entre ellos, llevaban el mismo apodo. Ni siquiera creo que se conocieran: no eran familia ni tenían la misma edad, como tampoco compartían origen geográfico. Uno Urganch y el otro Samarcanda… En común simplemente una costumbre. Cada uno de ellos la revestía como casualidad o con disimulo: tener siempre en el bolsillo las 30 céntimos de € que costaba comer en el Esquizofrenia.

Cuando todo el mundo estaba ya de recogida, pues el Esquizofrenia era uno de los últimos, si no el postrer reducto nocturno. Por arte de magia aparecía entre el grupo de gente un individuo comiéndose un huevo duro: Paco Huevo Duro y Jaime Huevo Duro. Aquel dinero sin duda había resistido a los embates provocados por las necesidades etílicas de la noche[8]. Conseguido sobrevivir con el único objetivo de llegar a esa meta. El final previsto que encontraba al común de los mortales hambriento y sediento… pero exhausto en cuanto a liquidez.

De ahí que fuera proverbial el asunto del huevo duro en aquel desierto… No un día ni dos, sino por costumbre. Cada uno por separado y por su cuenta, Paco Huevo Duro y Jaime Huevo Duro gracias a esa táctica: conseguían que Tadeo Esquizofrenia introdujera su mano en aquella pecera transparente que hacía las veces de chistera mágica… Ellos conseguían comer[9] y beber, mientras al resto de la Humanidad se nos condenaba a tener que elegir.

No era más que un símbolo, un capricho o una apetencia, como se le quiera llamar… Pero resultaba sintomático de la capacidad de fingimiento social que a veces puede llegar a atesorar un individuo.

Si eran capaces de ocultar o engañar con algo tan simple y barato, detrás de la oreja quedaba la mosca. ¿Qué no serían capaces de hacer con las cosas importantes? Así, involuntariamente el Esquizofrenia servía, de rebote y aunque no fuera su intención ni de lejos, para hacer una especie de radiografía pública de algunas almas. Paco Huevo Duro y Jaime Huevo Duro se retrataban de cuerpo entero cada vez que a altas horas de la madrugada aparecían con un huevo en la mano…

No olvidemos además la carga simbólica que posee en algunas culturas y/o religiones: el huevo representa nada menos que el alma humana[10].

8) Una de las infinitas noches “normales” durante las que pasamos velada en el Esquizofrenia sería seguramente por el ’86 o el ’87. Araceli BÍGARO y Jesús Manuel LAGO acababan de empezar a ser pareja a efectos sociales e integraban este hecho en la normalidad saliendo de copas en grupo, con más gente.

Aquella ocasión nos contempló a Heidi GEMIDO, ellos dos y yo… puede que hubiera alguien más que no recuerdo, pero lo veo poco probable.

Estábamos los cuatro charlando amigablemente, con cervezas y buena música como era habitual en el Esquizofrenia. En un momento de la noche, Jesús Manuel LAGO dijo que iba hasta el lavabo para hacerle un poco de sitio a las siguientes cervezas…

No recuerdo cuál fue el detonante ni cómo estaría de caldeada o propicia la noche en alguno de sus aspectos. Por algún motivo que escapa a mi entendimiento ahora y escapó a mi/nuestra/s voluntad/es en aquel momento, Araceli BÍGARO y yo nos pusimos a darnos un beso en la boca aprovechando su ausencia… Heidi GEMIDO se limitaba a contemplar la escena sin tomar partido.

Seguramente calculamos mal el tiempo… o el propio Jesús Manuel LAGO se había olido la jugada… porque volvió antes de lo previsto. Antes de lo socialmente aceptado para aquella tarea… y nos pilló in fraganti.

Adoptó el papel que le correspondía, aunque por fortuna para mi integridad física, dentro de lo que podríamos llamar civilizado. Mostró su enfado tirando la cerveza al suelo con estrépito y saliendo del local airadamente. Araceli BÍGARO fue tras él para intentar desfacer el entuerto… mientras Heidi GEMIDO y yo nos quedábamos en el Esquizofrenia. Ella con un “¡Cómo te pasas!” para reprocharme una actitud ciertamente reprobable por traicionera… aunque su ladina risa dejaba entrever que la escena le había divertido.

Para mí resultó evidente entonces[11] que algún factor externo influyó sobre nuestra actitud… Juraría que el espíritu del Esquizofrenia tuvo algo que ver en el asunto. Igual que en aquel cuento de Jorge Luis Borges[12] en el que dos dagas quieren enfrentarse y para ello utilizan las voluntades enajenadas de dos individuos que se piensan totalmente libres para batirse en duelo.

En nuestro caso, por fortuna, no hubo muertos… ni siquiera ruptura entre Araceli BÍGARO y Jesús Manuel LAGO, porque aquello no dejó de ser una anécdota intrascendente que jamás volvió a repetirse.

9) Desconozco si se trataba de un don de la Naturaleza o más bien era una habilidad social[13]. Muy probablemente era lo primero aplicado a lo segundo… como característica de la personalidad de Heidi GEMIDO.

Lo que resultaba indiscutible eran los hechos, que hablaban por sí solos. Cuando llegaban los momentos difíciles durante las jornadas nocturnas de la marcha maracandesa… es decir, cuando permanecían las ganas de fiesta pero ya se había evaporado la reserva económica con la que sufragarlas. Entonces surgía un toque de magia que rayaba en las parábolas bíblicas. Heidi GEMIDO[14] actuaba como un hada madrina capaz de hacer surgir las copas de la nada.

Se multiplicaban como panes o peces: en el peor de los casos eran cervezas, pero la cosecha nunca era estéril. Casi siempre Ballantine’s o gin-tonic de Beefeater.

Más que nada porque Heidi GEMIDO sabía con certeza dónde acudir para que sus súplicas no cayeran en saco roto. El botín producto de sus negociaciones era siempre comunal. Con mayor o menor generosidad, pero siempre había material que permitía prolongar la noche.

Por lo general esto ocurría cuando ya habían transcurrido varias horas de jarana, así que muchas veces tenía lugar mientras los huesos iban a descansar/desembocar en el Esquizofrenia.

Me resultaría harto difícil cuantificar en conjunto el volumen producto de aquellas negociaciones, pero me asusta sólo imaginar el valor económico traducido a precios de mercado. Tanto como me asustaría llegar a calcular lo que llegué a gastarme sólo yo… nada más que en la barra del Esquizofrenia.

Pero Heidi GEMIDO sabía cómo utilizar su encanto de Sherobod, con mohines y sonrisas que acababan desarmando a Javier Esquizofrenia y a Tadeo Esquizofrenia. Indefectiblemente acababan cediendo a sus promesas más o menos cumplidas… Las manos de Heidi GEMIDO salían siempre de aquella barra repletas. Dirigiéndose alegre hacia las ansiosas gargantas que las estábamos esperando.

Por eso una noche, alucinado como estaba del milagro cotidiano, les prometí a ambas (Araceli BÍGARO y Heidi GEMIDO) inmortalizar algún día aquella costumbre suya de conseguir copas gratis. Mi idea fue hacer una escultura antropomorfa y a tamaño real… formada únicamente por vasos de tubo, de cristal[15].

Probablemente fuera el ’87 o a más tardar el ’89. Yo aún no había empezado a tontear con la Facultad de Bellas Artes… Era sólo un proyecto puntual, tan descabellado como original. Supuestamente iría colocada junto a una de las columnas de la barra. Como homenaje a las conseguidoras de copas: nunca socialmente reconocidas… a pesar de lo impagable de su labor.

Lógicamente, aquello no llegó a salir del mundo de las ideas o las promesas. Sobre todo porque finalmente las autoridades cerraron el Esquizofrenia. Aquella iniciativa se quedó flotando entre sus paredes como un mero proyecto[16].

Ya hemos visto que permanecer en el interior del Esquizofrenia resultaba una locura. Pero al menos tenía unos límites físicos y mentales: sus cuatro paredes… Algo que no ocurría al volver a la realidad tras la salida. La luz de justicia dejaba meridianamente claro que alcanzar el exterior significaba otra noche perdida. ¿Pero perdida para qué? La pregunta era tan irresoluble como pueda resultarlo la cuestión de la existencia de Dios.

Salir al exterior era quedar desamparado, sin cáscara… A merced de aquel mundo diurno que yo por desgracia tan bien conocía. En un ramalazo de contrariedad, alguna vez aquella salida[17] desembocó directamente en el parque cercano. Tan cercano como tentador. Acabé bañándome en el estanque de los pobres patos, inocentes y ajenos a tremenda desfachatez.

Pero la mayor parte de las veces volver a casa significaba simplemente pasar por el supermercado de 24 horas, siempre abierto. Para comprar unas galletas con las que desayunar en casa, antes de irme a la cama… La cara de los cajeros que me atendían allí sí que era un poema.

En otras ocasiones la aventura iba un poco más allá. Hasta una churrería cercana, donde proveerme de churros con los que de alguna manera pagaba el extraño peaje de aquella frontera espacio-temporal. Los dejaba en el horno de casa de mis padres: para que cuando despertara la familia, los encontrase a la temperatura ideal… Aunque a veces ya estaba despierta y entonces era peor. Se necesitaban toda una serie de instrumentos de comunicación que casi siempre hacían aguas.

Un poco de diplomacia y a dormir… que mañana sería otro día (en realidad, el mismo). Un día que me perseguía como un eterno retorno[18]… en esos momentos sí que se me aparecía claramente el sentido último del Esquizofrenia. Representaba una persecución a la que me sometía yo mismo: simultáneamente víctima y verdugo. Era yo el maniático, desdoblado, esquizofrénico, persiguiéndome a mí mismo…

Entonces no lo sabía, pero ahora lo veo claro: el Esquizofrenia era lo más parecido al purgatorio, cuando no el purgatorio mismo… Vicio a mansalva, pero inaccesible.

Esquizofrenia: el nombre estaba bien puesto. Aquélla era la primera puerta del infierno.

 




[1] Encarnadas en una fama digna de estudio.

[2] Pero aplicado a una lucha de clases más intelectual que laboral/económica.

[3] Aunque repleta de carencias vitales y emocionales.

[4] Los dos camareros de siempre.

[5] Él en su bisexualidad públicamente aceptada y yo indiscutiblemente hetero, como atestiguaba la presencia de Marielle MENOS.

[6] Aquél que terminaba diciendo “Tanto pingüino, tanto pingüino… ¡tú lo que quieres es chupármela!”

[7] La carrera técnica que previamente había terminado, tras muchos dolores de cabeza.

[8] Tanto las individuales como las del grupo.

[9] Aunque fuera aliñando el huevo con Tabasco.

[10] Nos lo recuerda Robert de Niro en la película El corazón del ángel.

[11] Y lo sigue siendo a día de hoy.

[12] El encuentro.

[13] Mi torpeza clasificatoria es bien conocida, lastrada como se encuentra por el afán poético en detrimento de taxonomías científicas.

[14] Muchas veces acompañada por Araceli BÍGARO, pero también sola.

[15] Los que entonces estaban de moda y se utilizaban para tomar cualquier bebida o combinado.

[16] Por allí estará también la infinidad de conversaciones que mantuve durante las maratonianas noches de cháchara: sobre mi Tesina y el tango en general… O sobre mi novela de entonces y la literatura como algo cósmico… En fin, plasmadas entre el mosaico policromado, onírico y fantasmal cuyos espectros habitaban las noches del Esquizofrenia. Parecían tan eternos como inagotables, aunque el paso del tiempo haya venido a demostrar que su eternidad reside precisamente en el puro hecho de haberse agotado en el mundo material.

[17] En realidad una entrada de emergencia en el mundo real.

[18] Doblemente marmota, porque habría deseado dormir eternamente.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta