Javier

Esquizofrenia

 

 

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Resulta un lugar ciertamente complicado para desenvolverse y requiere mucha comprensión, amén de mucha mano izquierda, aquél que le está reservado a quien tiene encomendado llevar por caminos adecuados y de convivencia pacífica un lugar de diversión ajena. Si como dice la sabiduría popular “ser camarero no es una profesión, sino un estado de ánimo”, para Tadeo Esquizofrenia y Javier Esquizofrenia había una constante obligación de mantener el estado de ánimo impecable… y eso que las circunstancias eran de lo más complicado, habida cuenta de la clientela que frecuentaba el Esquizofrenia (entre la que me contaba yo, por cierto).

Pero si en el caso de Tadeo Esquizofrenia se veía soltura y diversión durante su jornada laboral, si era evidente que se lo tomaba como un reto… Javier Esquizofrenia era el polo opuesto: su cara de sufrimiento casi constante denotaba un carácter difícilmente compatible con el trabajo que le había tocado en suerte (o en desgracia).

Aquí habría que traer a colación esa otra máxima del acervo populachero que habla de la maldición que supone “trabajar donde otros se divierten”: podría decirse, por tanto, que Javier Esquizofrenia era una especie de ginecólogo de las copas y las borracheras, haciendo un símil o paralelismo que nos traslade una idea, una imagen mental aproximada de su gesto casi permanentemente agrio, de contrariedad constante.

Porque Javier Esquizofrenia era un misántropo, esto resultaba algo tan indiscutible como intercambiar con él una opinión sobre cualquier cosa, sobre cualquier tema. Luego también había ratos en los que no, Javier Esquizofrenia dejaba que el buen rollo de Tadeo Esquizofrenia llevara las riendas de aquella locura inclasificable de antro que era el Esquizofrenia… entonces Javier Esquizofrenia se veía con ánimos suficientes como para darle vuelta a las cosas como si de un guante se tratara.

Supongo que ayudado también por alguna sustancia química, pero esto es una mera especulación: lo desconozco. Eran los momentos más propicios para pedirle la invitación a alguna copa: cuando Javier Esquizofrenia parecía un cliente y no el camarero cascarrabias cuyo papel representaba habitualmente.

En todo caso, nada podría reprochársele a Javier Esquizofrenia a pesar de que cualquiera, cualquier día, pudiera recibir una mala contestación o un gesto arisco como respuesta a cualquier solicitud: de música, alcohol o un huevo duro. Porque la situación de Javier Esquizofrenia no me parecía en absoluto envidiable; cuando yo hacía un breve ejercicio de empatía allí, sobre la marcha, el resultado era siempre de compasión y comprensión hacia Javier Esquizofrenia: aunque más lo primero que lo segundo, también tengo que decirlo.

Y si el ejercicio era fuera del Esquizofrenia, entonces la irremediable conclusión a la que yo llegaba es que jamás habría cambiado mi papel por el suyo en aquella obra de teatro que se representaba cada noche y cada madrugada en el Esquizofrenia: más o menos ensayada, pero siempre estaba a caballo entre el descontrol y la violencia, lo marginal y lo ilegal. Nuestro papel, el de los clientes y concurrentes, estaba claro y no requería ninguna preparación; sólo dejarse llevar por la euforia buscando los límites. En algún momento, en ocasiones, eran los puños de Javier Esquizofrenia.

 


 

 

 

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