Joaquín

Pedagogía

Namangan

´91

´92

826

           

 

A mí me habría caído mal de todas maneras, eso seguro: pero por sí mismo y lo que representaba Joaquín Pedagogía, independientemente de las circunstancias que concurrieron cuando apareció en mi vida. Más que nada porque representaba a ese tipo de personas que encarnan la superficialidad y la ausencia palmaria de todo tipo de reflexión profunda sobre la realidad… pero lo hacen de forma ostentosa, casi desafiante.

En otras palabras, hay gentes que por su pasado o las circunstancias que les ha tocado vivir resultan ser poco dadas a lo trascendente en el sentido más amplio de la palabra, pero reconocen sus carencias y por lo general guardan al respecto un silencio cargado de respeto: porque conocen sus limitaciones y las aceptan como algo inevitable. Nada que objetar ante la actitud.

En cambio está el otro grupo, de quienes desprecian todo cuanto les resulte inalcanzable, descalificándolo por no considerarlo de valor. Es la actitud de la zorra y las uvas: para estas gentecillas superficiales, todo lo profundo “está verde”. Así era Joaquín Pedagogía, desafiante en cuanto a su tratamiento o actitud ante la Filosofía: para él sólo eran pajas mentales propias de desviados.

Así lo decía entre risas en cuanto se le presentaba la oportunidad, algo casi constante porque se movía siempre entre alumnos de la Facultad de Filosofía: en ocasiones, incluso alguno (como yo) que ya habíamos terminado la carrera…

¡Bah! eso no era nada para Joaquín Pedagogía, que se consideraba a sí mismo el culmen del saber, hasta el punto de poder transmitirlo en cuanto estuviera licenciado en lo suyo. Estaba acabando la carrera y lo suyo era la Pedagogía, así que con esto ya está todo dicho.

¿Qué cómo llegué a intercambiar palabras con aquel tipo? Pues muy fácil: en aquella época, allá por el ’91, se convirtió en el novio de Araceli BRUMA. Supongo que por uno de los experimentos que ella hacía para comprobar que realmente el mundo exterior a la Filosofía era irrespirable. En otras palabras: se puso a salir con Joaquín Pedagogía para corroborar que fuera de la Filosofía el mundo era una mierda. A la vista del elemento elegido, puedo asegurar que contrastó la hipótesis inicial.

Algunos años después de aquello vi a Araceli BRUMA por última vez, camino de Alemania: iba a casarse con un teutón, lo que corrobora a su vez mi teoría de que salió por patas de aquel mundo mezquino cuya cabeza visible fue Joaquín Pedagogía en su día. Porque Joaquín Pedagogía no sólo era un tonto que se vanagloriaba de su condición, sino que además se consideraba embajador de ese grupo de gente que se tiene por superior al considerarse gracioso.

Todo ello aderezado con ser un embajador permanente del gracejo namanganés, del cual no dudo que exista, pero al que Joaquín Pedagogía le hacía un flaco servicio. Lo cierto es que nuestros pocos encuentros conseguí saldarlos con diplomacia y mano izquierda: no entrando al trapo de sus provocaciones superficiales pretendidamente humorísticas, pero tampoco pasando al contraataque. Simplemente Joaquín Pedagogía no conseguía superar el umbral mínimo de percepción, para mí no existía más que una mosca, con la única diferencia que Joaquín Pedagogía estudiaba Pedagogía.

Tampoco eran celos, pues sabiendo de qué pie calzaba Araceli BRUMA, yo era consciente de que aquellos desayunos –las escapadas en libertad bajo fianza que yo hacía de mi recién estrenado curro en el Ministerio de Educación, tan cerca de su domicilio, en los que ambos coincidimos en casa de ella– no eran para él precisamente la guinda de un pastel de orgía sexual nocturna: a buen seguro también se había quedado a dos velas, naufragando en aquella virginidad… y pretendía pagarla conmigo.

 


 

 

 

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