José

Heavy

 

´88

´93

835

           

 

Ojos claros y pelo negro, rizado y largo, contrastando con la piel blanquecina: éste era el aspecto exterior de José Heavy, cuyo decorado venía acompañado de un gesto despectivo con la boca entreabierta, enseñando un poco los descolocados dientes, amenazando implícitamente con un mordisco en cualquier momento.

Si a esto le añadimos la estética típica de los heavies de entonces, los ’80 y los ’90, el retrato es casi robot.

Bien es cierto que la condición de José Heavy de ser camarero del Anillos pedía como uno de los imprescindibles requisitos ocultar cualquier rasgo de humanidad para no ser vulnerable ante las amenazas que se cernían sobre los camareros, que eran muchas. Pero eso José Heavy a lo sabía antes de aceptar el trabajo, porque previamente había sido cliente… había frecuentado el local desde el otro lado de la barra… José Heavy había sido cocinero antes que fraile, así que se sabía de memoria el funcionamiento de aquel instalache que se llamaba Anillos y al cual iba a quedar ligada su identidad ya para siempre una vez aceptado el rol que empezó a ejercer y del que desconozco la duración temporal que llegaría a tener.

Cuando yo tenía aquel bar como referencia, siempre estaba por allí José Heavy como uno de los imprescindibles de mi viacrucis particular durante aquellos años inclasificables que ahora evoco con perplejidad, pues me parecen más un culebrón que un recuerdo. De hecho, el Plátanos y el Anillos eran mi cuartel general, por así decir: entre uno y otro consumía las noches sin remordimiento ni otra ambición que recopilar experiencias con las que enriquecer mi personalidad hasta poder sintetizarlas en las presentes Malas memorias.

José Heavy formaba parte del decorado imprescindible con el que contaban entonces los bares; era el complemento inevitable, un mal menor como pueda serlo una resaca. No podría concebirse un bar de los de entonces sin bebida ni música, sin gente ni camareros… José Heavy formaba parte de la fórmula, pero aunque su cara de pocos amigos lo ocultara, en el fondo no era un mal tipo.

Por lo general el Anillos era un sitio tan propicio que no daba lugar a buscar paisajes alternativos… pero algún día las cosas no fueron como deberían haberlo hecho: por ejemplo, la noche que me dio por romper unos cuantos de los vasos sucios y desperdigados que poblaban la superficie de las mesas. Una noche de mis nefastas experiencias de inspiración negativa, simplemente porque estaba contrariado; igual que lo habría hecho cualquier otro gilipollas.

No diré que José Heavy era un tío sin personalidad, porque no tengo manera de probar tal afirmación; quizás estuviera escondida entre los pliegues de su cazadora negra u oculta en las tachuelas de cualquier otra de sus prendas de vestir: desde luego, lugares para pasar desapercibida no le faltaban. Lo que sí puedo afirmar es que en mi presencia únicamente la sacó a relucir en esa ocasión.

El Anillos estaba lleno, pero aquello salía de ojo. Por fortuna José Heavy se limitó a salir de la barra demostrando tener más cabeza que yo; me increpó: “¿A ti qué te pasa, chaval?” Contesté lacónicamente, sin más que tristeza existencial: “Un mal día lo tiene cualquiera”. “Pues yo también lo tengo y no te rompo la cara” –fue su cabal respuesta, incontestable. Allí se me acabó la tontería, reconocí que tenía toda la razón y no volví a las andadas. Lógicamente, porque nunca he sido buscador de broncas y además… José Heavy tenía toda la razón.

Después me enteré de que José Heavy tenía una mala temporada, no sólo un mal día: aquella misma semana su novia había sufrido una caída cuyas consecuencias era previsible que la llevaran a una silla de ruedas para el resto de su vida. El episodio me sirvió para valorar doblemente su actitud comprensiva de aquel día, desde entonces jamás he vuelto a romper ningún vaso voluntariamente en bar alguno: la lección que me dio José Heavy fue magistral.

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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