Vanessa

Tango

 

Samarcanda

´82

´83

979

             

 

Lo de Vanessa Tango se parecía a un ajuste de cuentas: algo así como la venganza de la realidad jugando conmigo al escondite, divirtiéndose ladinamente gracias a mi eterno e inmutable afán de trascender. Pero lo hacía entrecruzando planos de manera traviesa.

Vanessa Tango había sido mi compañera de clase en los tiempos del Instituto Tele Visión, allá por el ’83: una chica muy aplicada en lo referente a las asignaturas propias del Bachillerato que cursábamos a la par. Coincidía mi despertar hormonal, gracias a un entorno mixto que durante mi educación Primaria me había estado vedado por encontrarme entre las garras de los Franciscanos, siempre tan celosos de su monopolio de las cabezas del alumnado.

Cuando llegué al Instituto Tele Visión empecé a esbozar mis primeros escarceos, intentos de acercamiento al colectivo femenino que se encontraba a mi alcance: conatos tan torpes como infructuosos. Yo iba picoteando un poco por aquí y otro poco por allá, sin decidirme por ninguna candidata en concreto… todas me parecían tener algo aprovechable, pero ninguna tanto como para beber los vientos por ella. Me gustaban muchas. Con cada una empleaba tácticas diferentes, personalizadas por así decirlo; pero todas mis estrategias tenían como elemento común el acercamiento cauteloso, por si las moscas: tanto, que a veces resultaban ensayos que ante sus ojos no superaban el umbral de percepción y se quedaban sólo en mi ámbito privado.

En el caso de Vanessa Tango fue una tarjeta anónima en su buzón un 14 de febrero, en la que podía leerse: “Amar es un verbo que sólo se conjuga contigo”. Muy ochentera… tampoco era verdad, simplemente que Vanessa Tango me gustaba y no se me ocurría cómo hacérselo saber. Claro, que aquella no era muy buena solución: de hecho jamás llegué a decirle que había sido yo el autor… supongo que al menos el episodio serviría para enorgullecer su ego, claro. Y poco más, porque al poco tiempo me olvidé de ella y pasó a formar parte del ingente colectivo de mujeres pretendidas por mí y no conseguidas ni de lejos… la mayor parte de las veces, ni habían llegado a enterarse: todo estaba únicamente en el interior de mi cabeza.

Casi 10 años más tarde, mientras organizaba la lectura de mi Tesina sobre los tangos, reapareció Vanessa Tango en mi horizonte: como un Guadiana que volviera desde las capas freáticas más subterráneas de una realidad ya casi fosilizada. Vanessa Tango era la pareja de baile de Alfonso Tango y por lo tanto, ambos compartirían protagonismo coreográfico durante la velada inmortal e inmortalizada de aquella mañana.

Nos reconocimos al reencontrarnos, pero nada más; nunca le dije que había sido yo el autor de aquel anónimo del que probablemente ella ni se acordara. A mí me parecía hasta cierto punto un milagro que aquella chica que otrora llamara la atención por su enorme culo hubiera devenido bailarina, como así lo demostró aquella mañana del brazo de Alfonso Tango: evolucionando por la sala de la UdeS en los intermedios de mi ponencia encarnada en discurso tanguero. Bien pensado, hasta cierto punto aquello significaba clausurar una etapa de mi vida. Ahí quedaba plasmado todo aquel, mi pasado torpe resumido en los tangos: aglutinando Filosofía, copas y toda mi vida anterior a la carrera. Entre el público mi futuro más próximo: Dolores BABÁ junto con aquel ajuste de cuentas extraño que venía a significar también mi simultánea entrada en el mundo laboral. De alguna manera aquél era mi ritual de paso a la madurez, con Vanessa Tango como testiga y bailarina.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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