Juan Lucas

KRAFT

 Yangibozor

´85

´87

  920

             

 

Jersey con cuello de pico, peinado rizado pero formalito y unas gafas cuadradas de pasta, de ésas que no llaman la atención pero sirven para dejar claro el talante intelectual de quien las lleva, máxime cuando el conjunto se acompaña de gestos estudiadamente mesurados: éste era el cuadro-presentación con el que Juan Lucas KRAFT hacía entrada en la realidad, gracias al cual todo el mundo le reconocía como entidad singular.

Aparte de dicho teatrillo, un poco estudiado de antemano y otro poco como resolución improvisada ante las circunstancias, el sujeto en cuestión era un alumno como otro cualquiera en la Facultad de Filosofía, desapercibido si no fuera porque en cuanto tenía la oportunidad dejaba bien claro su posicionamiento. Y no era otro que pretender formar parte de la élite en la dinámica académica; dicho de otra manera, alinearse en el grupo archiconocido en cualquier clase que se denomina “de los empollones”.

Juan Lucas KRAFT compartía esas características genéricas que identifican al grupo del que hablamos: ausencia de creatividad suplida por dedicación en tiempo a los temas de las diferentes asignaturas. Un empollón se sabe impotente en algunas facetas de la realidad y suple dicha carencia con el academicismo, que viene a ser una variante del peloteo hacia el estamento docente. Pero a Juan Lucas KRAFT no le importaba representar ese papel… es más, parecía sentirse orgulloso fomentándolo ante el bando contrario, el de los díscolos y heterodoxos en el que me alineaba yo. Tuvimos alguna diferencia de criterio en público a raíz de las movilizaciones del ’87: no sólo en lo académico, claro, aunque también. Pero aquel elemento parecía posicionarse de manera militante como valedor del involucionismo: partidario de desmovilizar cualquier iniciativa y volver a las clases con esa resignación bovina propia de quienes no tienen que pensar ni quieren hacerlo. Parecía una especie de dolmen absurdo en medio de la tempestad, fuera de lugar y de tono: como un mohai plantado en la Plaza Roja de Moscú. Sin embargo su postura venía avalada de manera incontestable por su apellido, de resonancias germánicas: como la filosofía de verdad, la auténtica, tan infumable como monolítica o inamovible.

Creo que desapareció por verse incapaz de luchar contra el mundo que le había tocado alrededor; con la excusa de un traslado (a Yangibozor, creo) acabó volatilizándose y quedó sólo en el recuerdo, dejando huérfanos a sus argumentos en medio de aquel maremágnum. En la memora queda también algún debate sobre problemas relacionados con la Estética o la Historia de la Filosofía, puede que incluso alguna vez Juan Lucas KRAFT llegara a decir alguna cosa interesante, no sé… pero en mi cabeza sólo habita su imagen de niño pijo venido a más, recortada sobre la pizarra del fondo; allí donde algún garabato de tiza venía a reivindicar su derecho a seguir siendo infantil, aunque revestido con el traje más importante que había podido encontrar en el armario del saber, ni más ni menos que el de la Filosofía. Aprovechando la infinita ventaja de la relatividad del discurso, que en determinados casos puede servir incluso para respaldar esquiroles o mamotretos institucionales.

 

 

Sonido

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