Linikiano

 

Ghuzor

´96

´98

 854

             
 

Allí estaba como pez en el agua otro de los camareros del Ucronía: barba, greñas y siempre una sonrisa.

De puro positivo y risueño habitualmente, a primera vista Linikiano daba la impresión de ser un poco descerebrado: con su estética neo-hippie, aquella barba y melena descuidadas y apariencia un poco balugas, transmitía una imagen de cercanía, colegueo, confianza. La típica impresión que –cuando se da en un camarero– invita a volver al bar, en este caso a la taberna.

Yo le llamaba Linikiano, porque llegó a pasarme alguna dirección de editoriales de su zona que podrían estar interesadas en mis productos… pero no fue más que un espejismo de éxito, incapaz de contrarrestar mi vocación de genio fracasado que llevo desde siempre: como un lastre o un estandarte que se llama malditismo para darle un poco de renombre o de solera a lo que no es sino incapacidad comercial para vender mis productos.

Allí estaba Linikiano, un tipo receptivo a mis inquietudes artístico-literarias; primero porque se complacía en colocar a la vista del público, con el beneplácito de Petronio Ucronía, mis productos literarios debidamente marketingizados por Valentín Hermano. Algún rincón siempre había entre las vitrinas para Los cuadernos del soplagaitas o alguno de los libros de relatos que nos autoeditábamos con desigual éxito.

Lo mejor de Linikiano era la charla, siempre enriquecedora, sobre algún tema de actualidad; o sobre música y literatura como algo atemporal y por tanto siempre actual. Transmitía una positividad que siempre se agradece en un entorno frío y mesetario por definición, como es el de Samarcanda.

Al principio, cuando abrió el Ucronía, Linikiano no estaba en nómina… fue más tarde, por necesidades de horario, que ampliaron la plantilla y entró a formar parte de aquella familia ideológica tan cercana al anarquismo, el movimiento punk, el sindicalismo, la tradición reivindicativa de aquellas tierras olvidadas de cualquier política progresista…

Simplemente Linikiano era diferente: venía a seguir la tradición del Ucronía, ahora que Petronio Ucronía iba a ser padre… finalmente lo fue en el ’98 o el ’99.

Linikiano era una actualización histórica de la figura que otrora representara Petronio Ucronía. Convivían tras la barra, pero representaba el relevo generacional.

En fin, con Linikiano se podía charlar tranquilamente de cosas interesantes: de hecho estaba terminando de estudiar la carrera de Historia, así que no era analfabeto ni tampoco descerebrado. Eso sí, muy alineado con el mundo militante de la liberación de Qûnghirot del yugo uzbeko.

Más tarde incluso Linikiano se integró solidariamente en el proyecto La Tapadera, haciéndonos publicidad. Gracias a un acuerdo verbal con él, en La Tapadera siempre había pastas: nos proveía regularmente porque eran las pastas típicas del pueblo de su madre. Traía cajas a precio de amigo. Llegaron a ser una de nuestras señas de identidad durante muchos meses…

Ignoro qué habrá sido de sus huesos, teniendo en cuenta que el Ucronía cerró hace tiempo e imagino que Linikiano terminaría la carrera, con lo que eso significa de condena a entrar en esa rueda maldita denominada mundo laboral, con todas sus miserias: humanas e inhumanas.

 

 

Sonido

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