Ucronía

Taberna

 

Samarcanda

´88

´99

675 

             

 

PRESENTACIÓN

Se hacía llamar taberna por las resonancias populares que evoca la palabra. Un lugar accesible, de reunión para los componentes de la comunidad, pero sin matices religiosos. Con la finalidad de intercambio de opiniones e iniciativas que surgen desde la base. Si hay un establecimiento que se acerque al concepto asambleario, ése es la taberna. Y ahí estaba el Ucronía: donde impera la fraternidad y el pueblo ejerce como dueño de su propio futuro. Donde los designios del porvenir proceden de las decisiones que toma el grupo.

Nada de bar o cafetería, términos plagados de matices peyorativos por una u otra razón. El Ucronía era una taberna a mucha honra, militante como tal. Eso le permitía distinguirse del resto, ya desde la denominación comercial. Añadamos a esto que el nombre, Ucronía, significa una reivindicación sin tiempo. Un lugar que no es físico, porque vive en las almas y los sueños, superiores a la materia. Trascendiéndola de una manera espiritual, aunque no religiosa. Al menos tal como se entiende actualmente cualquier religión, cargadas como históricamente lo están todas de infinitos errores. Humanos, sí, pero amparados bajo el paraguas protector y los intereses de lo divino.

El Ucronía en el fondo tenía un espíritu religioso al estilo pagano. Un tipo de creencia en el que importan los valores humanos que hacen al animal racional digno del calificativo humano: ante todo la solidaridad. Ésta era sin duda la esencia del Ucronía. Un lugar disfrazado de taberna en el que se podía llevar a cabo casi cualquier iniciativa relacionada con estos valores. Un sitio ideal en sentido etimológico, pero también figurado, que servía como refugio a unas cuantas decenas de espíritus inquietos. Allí se juntaban los contestatarios autóctonos con todo el colectivo estudiantil que, aunque temporal, también hacía su apuesta por el compromiso social y por el afán de cambio para sobrevivir en una sociedad gastada. Ésta con frecuencia se muestra incapaz de ofrecer algo atractivo si no es para abundar en las flaquezas humanas, vencidas ya por el hastío.

Al igual que suele ocurrir con la vida humana, a la que el paso del tiempo va desarmando por cansancio. Algo similar ocurría en el Ucronía. Los parroquianos pasaban a formar parte de la dinámica de los subgrupos que se iban definiendo allí dentro, simplemente como forma natural de encontrar o no perder la propia identidad.

Podían distinguirse los blandos y los duros, en función de su respuesta más o menos visceral o violenta hacia la sociedad. Pero independientemente de esto: estaban los juerguistas, los intelectuales, los salidos, los artistas, los políticos o antipolíticos, los porreros, los artesanos… Así podría seguirse en una clasificación de infinitos matices que por lo mismo resultaría inagotable.

La virtud del Ucronía era albergar a toda esa amalgama sin que hubiera más conflictos que los escasos y puntuales, propios de toda comunidad humana. Diferencias que en la mayor parte de los casos resultaban ausentes de conflicto.

La dinámica propia de los grupos en cualquier síntesis humana también tenía lugar en el Ucronía, aunque revestida con otros matices menos tradicionales y rígidos. Afinidades y diferencias, relaciones sentimentales con sus respectivos altibajos, carga emocional del conjunto… Téngase en cuenta que por allí iban punkis y rojos, vegetarianos y artistas, asexuados y estudiantes, descerebrados y guarros, genios y porreros, listillos y buscavidas… Podrían seguirse enumerando dicotomías que nada tienen que ver, dualidades hasta el infinito. Ya lo he dicho.

ESPÍRITU

El Ucronía era una taberna ácrata regentada por Petronio Ucronía. En ese mismo local antes había habitado el Elodia: un experimento empresarial fallido de Pancho el Abuelo. Pero el Ucronía no se reducía a las cuatro paredes que albergaban a los espíritus inquietos durante las inacabables jornadas de ocio. También se extendía al mundo exterior, principalmente en los actos de autoafirmación que eran los más directos en relación con la concepción del mundo que subyacía tras el nombre de la taberna.

Principalmente reivindicaciones políticas, contestatarias y contrarias a la dinámica impuesta desde un ayuntamiento anclado en un mundo feliz y ajeno a la realidad: aquel decorado de la Samarcanda rancia y apolillada, habitada por abrigos de piel y misas matutinas. Había otra Samarcanda, sin duda; el Ucronía lo certificaba, aunque los energúmenos la mantuvieran entonces arrinconada. Se vestía con las señas de identidad y sin complejos[1], tomaba la calle con la alegría de una fiesta. La del alma que sale para airearse, tomar oxígeno fuera de la claustrofobia cotidiana a la que se encontraba condenada por la coyuntura.

Aparte de las muchas movilizaciones que se convocaban para mostrar el descontento, estaban también las fiestas prefijadas. Una de ellas emblemática, en abril…

Uno de los años, durante el regreso, un energúmeno atropelló mortalmente a una de las parroquianas del Ucronía. La pelopincho sin duda se convirtió en un símbolo, una víctima del fanatismo. Era una pobre chica que sucumbió víctima de los energúmenos de la estepa. Ajusticiada impunemente por el funcionamiento social maracandés: una (in)cultura incapaz de la tolerancia.

La pelopincho fue a una fiesta y no volvió. Atropellada como un daño colateral que no sabe de sentimientos ni humanidad. Se libró de infinitos dolores, sí, pero perdió la oportunidad de infinitos placeres.

El luto de una fiesta de colores, lo inexplicable del odio humano.

Y frente a eso casi la impotencia, la imposibilidad de hacer justicia sin perder la dignidad… es el papel que les queda a las víctimas de las circunstancias cuando éstas son crueles.

CREDO

Pero la consigna más importante es no desfallecer, por mucho que las cosas se empeñen en deprimirnos. Abandonar es hacerle el juego al enemigo, darles cancha a quienes desean que uno abandone. Hay una energía que está por encima de las personas, el tiempo y cualquier otra circunstancia. Esa energía posee un hilo conductor que atraviesa la Historia de forma transversal. Como personas podemos morir: pero las ideas que una vez defendimos, en las que creímos, permanecerán más allá de nuestra presencia.

Da igual si morimos, desfallecemos o pasamos al bando enemigo. Nuestro relevo será recogido por alguien que quizás aún no haya nacido. Lo llevará hasta la siguiente etapa en esta lucha sin cuartel, en esta batalla infinita que enfrenta la luz con la oscuridad.

No importa que no termine, resulta indiferente si vencemos o somos derrotados. Es necesario seguir adelante, abundando en la luz, para que las generaciones futuras no se sientan huérfanas ni tengan que empezar de cero. Así como un día esa idea fue un Norte para mi navegación, algún día mi experiencia y mi actitud, mi obra: serán referencia para otros.

CRÓNICA

El Ucronía era un hervidero de energías, un germen de actividades culturales alternativas. Por ejemplo, receptáculo de exposiciones heterodoxas o lugar que arropaba charlas, jornadas, proyecciones, iniciativas múltiples.

Sus vitrinas albergaron durante mucho tiempo mis publicaciones: Los cuadernos del Soplagaitas, por ejemplo… eran productos expuestos por allí a la venta, circulando alegres entre cerebros que crepitaban en el fuego de la actividad más humana, más creativa.

La música siempre acompañaba. Reivindicativa, claro… en sus infinitas versiones. La calidad más o menos cuestionable, pero combustible necesario para todo aquel ejército de naves antimilitaristas.

HASTA LUEGO

Ahora el Ucronía ya no está. San Google dixit. Al menos no se encuentra físicamente donde estaba entonces materialmente. Pero eso no quiere decir que haya desaparecido. Precisamente su nombre procede de ahí, de no estar.

Para quienes una vez tuvimos la fortuna de disfrutar la contradicción de un lugar sin tiempo, la impronta ha quedado indeleble. Resulta un privilegio haber vivido sus ratos, porque en cualquier instante puede regresar ese paraíso. Son las ventajas del recuerdo. La memoria como única patria para quienes renegamos de las patrias.




[1] Porque ser minoría es sólo algo numérico, jamás cualitativo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta