Lucas

MAGO

Samarcanda

´70

´80

860

             
               

 

¡Pobre chaval! Menuda lotería le había tocado: sufrir una dolencia cardiaca, de la que le habían operado ya varias veces “a corazón abierto”, como solían decir sus padres añadiendo más dramatismo aún al asunto. Supongo que lo hacían para asustarnos y que lo tuviéramos presente durante los juegos propios de nuestros 10 años.

Fue cuando conocí a Lucas MAGO, porque era vecino en el rellano del piso de la calle Narváez: cuando mi familia se instaló en Samarcanda, procedente de Kagan en un bendito exilio que entonces no me lo parecía… simplemente asistí a él como un acontecimiento inevitable que por lo mismo me dejaba indiferente. Ahora reconozco mi deuda con él: cuanto de positivo conservo en mí procede sin duda de aquella decisión. De haberme quedado en Kagan, este pueblo habría sido como una ratonera para mis aficiones, tendencias e inquietudes, sin duda.

Lucas MAGO era una muestra de la infancia despreocupada, que a mí me contagiaba por contacto cotidiano (híbrido de las magias antropológicas), porque era un chaval un tanto alocado, muy sonriente y siempre presto a jugar como se hacía entonces: en la calle, a cualquier cosa… sólo eso entonces ya se consideraba un juego: salir del domicilio familiar.

Aunque no fuéramos más que a la vuelta de la esquina, porque no había mucho que explorar ni la edad nos permitía más. Pero Lucas MAGO tenía imaginación de sobra: fue una lástima que poco después, un par de años a lo sumo, mi familia se mudara a otro piso, el de la calle Francisco de Rojas.

Pero es que el piso de Narváez era una nevera, repleto de humedades y con múltiples inconvenientes. Por este motivo dejé de tener relación con Lucas MAGO, pero hasta que ocurrió eso coincidimos una buena temporada en crecimiento y lugares de ocio, porque a pesar de que yo entré al Club Simple gracias a un vecino de Francisco de Rojas, Lucas MAGO también asistía y durante esa etapa de mi vida se solaparon ambos vecinos.

Lucas MAGO era un bala perdida, esto se veía a la legua, porque en el Club Simple le faltaba el tiempo para sacar a relucir sus tendencias más provocadoras, sobre todo hacia la pandilla de curas que regentaban aquel antro de los Guerreros de Dios en Samarcanda.

Lucas MAGO se reía de todos ellos  haciendo mofa de la costumbre que pretendían imponernos de llevar una cartilla con el detalle de todas las actividades pecaminosas que practicaba cada uno de nosotros, las que pudieran ofender a Cristo. Lucas MAGO se pasaba la cartilla por el forro, literalmente. La rellenaba en cualquier rato perdido haciendo mofa: lo llamaba “hacer la quiniela”, porque ponía cruces aleatoriamente en el cómputo de las acciones reflejadas en aquella infamia. A mí me sorprendía: sobre todo que no le pillaran y le abroncaran. Así, gracias a Lucas MAGO aprendí la irreverencia, que de otro modo quizá jamás habría experimentado tan cercana y tan impune.

A Lucas MAGO tengo que agradecerle también haberme iniciado a tan temprana edad en la disensión, haberme acercado a la heterodoxia. No creo que Lucas MAGO lo hiciera voluntariamente, pero su tendencia natural a todo aquel universo me resultaba simpática, contagiosa. Puede que fuera innato, genético: que le viniera de cromosomas familiares, porque su tío llegó a ser alcalde de Samarcanda durante algunos años: antes de que los cavernícolas invadieran sus instituciones a lo largo de muchas décadas nada prodigiosas.

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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