Manuel

GOMOSO

 

´91

´92

 900

             

 

Sólo contemplando sus maneras a uno ya le entraba una sensación repulsiva hacia aquel ser, o al menos hacia su presentación en el mundo material. Mirarle e intercambiar con Manuel GOMOSO alguna frase superficial o insustancial (siempre eran así) significaba ya que de manera automática a uno le viniera a la cabeza esa imagen arquetípica construida por la sabiduría popular: la figura del que para mear se la agarra con papel de fumar. Sus camisas impecables y pulcramente planchadas, un bigotillo cuidadísimo que supuestamente pretendía no llamar la atención, la piel casi transparente y unos modales tan correctos como repelentes… sólo eran algunas de sus señas de identidad.

El catálogo sería inmenso, en verdad: reunía todos los requisitos para provocar en cualquiera el deseo irrefrenable de darle una patada en los huevos. Nada personal, sólo una forma de buscar equilibrios cósmicos: incluso a mí, que siempre he sido enemigo de cualquier violencia, se me venía a la cabeza claramente esa imagen cada vez que Manuel GOMOSO aparecía en mi campo visual. Suerte que lo hizo en pocas ocasiones, porque la involuntaria segregación de bilis que provocaba en mi organismo tenía que resultarme perjudicial por necesidad.

Si a todo lo antedicho añadimos que el individuo en cuestión era lo que podría denominarse “licenciado en Derecho militante”, huelga decir que tenía todas las papeletas para caerme mal. En fin, que la casualidad o el destino (puede que ambos juntos, en plena coyunda hilarante con el único fin de torturarme) habían querido que Manuel GOMOSO fuera el secretario de la Jefatura provincial del Ministerio de Educación el año ’91, justo cuando entré a trabajar en dicho organismo. Su aire de suficiencia no conseguía sacarme de mis casillas, sin embargo: siempre le traté con un respeto del cual yo no le creía merecedor en absoluto, pero fui capaz de interpretar correctamente mi papel socio-laboral en aquel entorno.

Uno de sus caprichos con afán de uniformidad hizo que Manuel GOMOSO decidiera quitarme la mesa que me había sido adjudicada para trabajar… y era lo único agradable que había en aquel antro de aburrimiento con progresión geométrica. Pero él nunca llegó a saberlo; le dejé convencido de que me daba igual: mi sorpresa fue descubrir que realmente me resultaba indiferente, como casi todo en aquel antro capaz de aburrir a las moscas y provocar asco en las cucarachas.

 

 

 

Sonido

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