Marcel

Cueto

 

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Versátil y maleable, pero no acomodaticio ni conformista: ésta era la radiografía que Marcel Cueto me transmitía cuando hablábamos ocasionalmente, durante algún encuentro casual. Yo me encontraba en plena efervescencia de la carrera de Filosofía, mientras que él (perteneciente a la promoción anterior) ya estaba en retirada de la Facultad. Nuestra relación materializaba, por decirlo gráficamente, el proceso del relevo generacional.

No sé si Marcel Cueto se encontraba realizando los cursos de doctorado y por eso aún coleaba su presencia por la Facultad, puede que sí… pero para mí lo más importante era que no transmitía desencanto ni nostalgia, sino que Marcel Cueto era de natural risueño y con capacidad de aprendizajes múltiples, consiguiendo con ello reciclarse para el mundo laboral una vez terminada la carrera de Filosofía.

Encontró uno de esos resquicios tan estrechos como innumerables por los que en general l@s licenciad@s en Filosofía consiguen colarse en el mundo de la productividad laboral, convirtiéndose con ello en personas normales: integrad@s en el mercado laboral, como si realmente fueran iguales que el resto de l@s mortales.

Mimetización, camuflaje… llámese como se quiera, pero el paso del tiempo hacía que aquellos años excepcionales en cuanto a forma y contenido, los dedicados a la carrera, acabaran siendo integrados en una vida normal; llegando a ser en ocasiones tan inaprehensibles como el rastro de un sueño. Irreales por ser recuerdo, muchas veces.

Pero esto a Marcel Cueto no le resultaba algo doloroso, porque intercambiábamos opiniones y conocimientos sobre la realidad y/o la Filosofía (que en el fondo son lo mismo) siempre con buen humor… encontrándonos en ese terreno tan inaprehensible como cierto que es el conocimiento compartido. Dando por supuesto todo aquello que nos permitía nuestra complicidad, la de pertenecer a territorios vedados para la mayoría de los mortales.

Compartíamos también el ritual irregular pero siempre posible de disfrutar partidas de mus en las que también participaban BREA y Salvador MAÑO, claro. Un elemento más para disfrutar de aquellas veladas incalificables e impagables que nos permitían viajar a través de un túnel que nada tiene que ver con el tiempo, el espacio ni la materia.

Marcel Cueto era una especie de comodín polivalente que a mí me transmitía la paz de comprender que en el fondo todo forma parte de algo tan natural como imprevisible, que es la vida. Quizás por eso no me extrañó encontrarle una mañana por Los Abetos, aquella especie de mundo virtual que ocupaba parte de las afueras de Kagan en uno de sus laterales montañosos.

No recuerdo qué hacía yo por allí aquel día, pero la aparición de Marcel Cueto –aunque fantasmagórica espacio-temporalmente hablando– me resultó de lo más natural: me contó que trabajaba por allí, en un lugar dedicado a las minorías con alguna deficiencia psíquica. No me pareció extraño, clientela por mi pueblo no le faltaría… tampoco creí fuera de lugar la presencia de Marcel Cueto en aquel entorno, que bien podría haber sido onírica.

Marcel Cueto se quedó por allí para siempre, al menos en mi memoria, porque jamás he vuelto a verle; pero me quedaron las absolutas tranquilidad y certeza de que su vida era tan feliz como lo había sido siempre. Cuando le recuerdo flaco, moreno y con el pelo rizado… su imagen siempre viene acompañada de una sonrisa franca, en el mismo lote (con los dientes algo descolocados).

Sin duda Marcel Cueto era un tipo modélico, porque poseía esa capacidad tan rara para los habitantes del planeta de la Filosofía que consiste en vivir “a pesar de” y “gracias a” la Filosofía: ese veneno que todo lo trastoca y alegra.

 

 

Sonido

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