María Agustina

Venga

Urganch

´88

´89

882

             

 

Tan risueña como jugadora de mus, aunque de ambas facetas de María Agustina Venga quedaba un regusto a vacío: algo así como la promesa de un político, que hace imaginar paraísos y genera esperanzas… pero enseguida se volatilizaban al contraste con el mundo real. Creo que para María Agustina Venga nosotros, sus compañeros de la Facultad de Filosofía, sólo éramos un horizonte en el que experimentaba sobre personas ajenas lo que para ella venían a ser universos alternativos, vidas imposibles y vislumbradas como quien mira un acuario: incapaz de comprender la existencia de seres multicolores y diferentes, imprevisibles… pero fascinada por ver cómo a pesar de todo resultaba que aquel universo funcionaba.

Para mí que María Agustina Venga había terminado su carrera de Pedagogía sin mayores dificultades (lo contrario habría dicho muy poco sobre su capacidad intelectual, sin duda) y por alguna casualidad que ignoro: conectó con el submundo de la Filosofía, esa segunda realidad que convive con la habitual, pero en dimensión vedada para la mayoría de los mortales.

Posiblemente fascinada por comprobar cómo de distinta podía llegar a ser la vida sin tener que cambiar nada más que la perspectiva, se matriculó en aquello que se llamaba “el curso puente”, posibilidad que los planes de estudios de la UdeS de la época ofrecía a los estudiantes de Ciencias de la Educación una vez licenciados en lo suyo: para cursar Filosofía y hacerse con una segunda licenciatura ahorrándose el Primer ciclo, reduciendo aquellos tres años a uno solo. Simplemente  cruzando susodicho puente entraban de forma directa a lo que entonces se llamaba Segundo ciclo… aún no se habían inventado los créditos ni mandangas semejantes

Pues en esos parajes se encontraba la mente de María Agustina Venga, explorando: sin duda maravillada y superada por todo cuanto allí se presentaba a su alcance. Para lidiar con el asunto, María Agustina Venga hacía valer su pizpireta personalidad, tierna de tan simple… digamos que sin trasfondo ni capacidad para la maldad. Únicamente se divertía con la Filosofía, sin mayores pretensiones: esto despertaba en Adolfo GHANA una variante de morbo espiritual, no carnal, al que yo me veía arrastrado por solidaridad con ambos… pero que a mí me resultaba más una pérdida de tiempo que otra cosa.

Porque a mí el cerebro de María Agustina Venga y algunos gestos habituales de su cuerpo me recordaban a Marilyn HERMANA, lo que llevaba aparejado de manera inmediata una doble consecuencia: apiadarme de ella era la primera parte, porque me resultaba una tarea de todo punto imposible reciclarla para el mundo de las mentes pensantes, perdida como la veía en superficialidad apabullante. En cuanto a la segunda, digamos que podía llamarse la antítesis de la lujuria; no sólo por el vello facial que inundaba aquella carita de María Agustina Venga, pretendido ángel recién llegado (geográficamente) desde la cuna del fascismo mesetario. También por la nula atracción que me provocaban su escasa estatura y sus formas, aunque femeninas lejanas de mis cánones estéticos preferidos.

El caso es que los días trascurrían sin mayor interés, francamente… así acabó desapareciendo María Agustina Venga, entre trabajos y apuntes prestados y devueltos casi siempre. Probablemente la ayudaran a licenciarse en Filosofía, pero dudo mucho y seriamente que le sirviesen para reciclar un cerebro que –si alguna vez pudo haber valido para pensar, algo que no descarto de manera absoluta– tras haber pasado por la Facultad de Pedagogía, había quedado sin duda irreversiblemente lastrado: destinado al desguace. Eso que tan pomposamente suele llamarse “mercado laboral”: en este caso, el de María Agustina Venga, enfocado a formar futuros cerebros débiles. De ésos que sirven para perpetuar las estructuras sociales y dar continuidad al status quo, pero con apariencia de ser críticos y renovadores. Aunque a mí no me engañan.

 

 

 

 

Sonido

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