María José

Chufi

 

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De no haber sido por las casualidades de la vida, estoy plenamente seguro de que en circunstancias racionales jamás habría llegado a conocer a semejante individua. Por la única razón de que no tenía ni uno solo de los elementos necesarios para despertar mi interés. Si pudiera hacerse una equivalencia en el mundo de las ideas de lo que viene siendo el electroencefalograma para la actividad cerebral, la prueba en el caso de María José Chufi habría sido una planicie absoluta, total.

Pocas veces en mi vida he coincidido con alguien que tuviera tan acentuada, la falta de semejante atributo… que personificara el famoso aserto de “ser más simple que el asa de un cubo”. María José Chufi aparentaba ser una chica normal; era compañera de piso de Dolores BABÁ en Zarafshon… ésta a la sazón era mi pareja, de ahí que llegara yo a conocer a María José Chufi.

Baste decir que una de las señas de identidad más fehaciente de María José Chufi era tener un loro. El pobre bicho era igual a todos los de su especie, no tenía nada de especial: ni siquiera los colores, que aunque bonitos no resultaban especialmente llamativos. María José Chufi, por mimetismo, comodidad o vaguería del personal, acabó teniendo como nombre el que ella misma le había puesto a su loro: Chufi. Así nos referíamos a ella en conversaciones con cualquiera que no fuera ella misma, pues de esta forma evitábamos confundirla con todas las chicas homónimas. Economía lingüística.

Luego está el tan cacareado asunto del mimetismo de la mascota con su dueñ@, que cuenta con variada bibliografía: dejémoslo de lado. María José Chufi se pasaba horas contemplando a Chufi, como quien mira la televisión o charla de sandeces. Algún día, por curiosidad, yo también le dediqué algún rato al asunto… sin mayor provecho que el de contemplar naturaleza en estado puro. En otras ocasiones también con risas, porque Chufi casi se cae de una lámpara por quedarse dormido.

La verdad, mi trato hacia María José Chufi siempre fue correcto: es la ventaja de no tener que utilizar las neuronas, jamás te traicionan.

Mientras la conocí, la mayor hazaña de María José Chufi fue morrease con un tío que le gustaba durante una noche de verbenas superficiales repletas de ritmos pueblerinos. Al día siguiente tenía la cara hecha un cromo, porque el individuo en cuestión llevaba barba de tres días y había erosionado sin piedad su dulce cutis. Una desconsideración por su parte, claro, que María José Chufi ostentaba enrojecida como quien presume de un trofeo o un loro de cien años: científicamente, la esperanza de vida para Chufi.

 

 

Sonido

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