Maribel

Denow

  Denow

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La mirada que Maribel Denow dirigía hacia mi rostro era de curiosidad, pero no malsana sino ávida de encontrar algún secreto; yo jamás supe cuál era, ni ella hizo la más mínima insinuación para que hubiera entre nosotros dos ningún tipo de comunicación al respecto.

La mirada que Maribel Denow dirigía hacia Dolores BABÁ era de embeleso, de ansiedad por algo más; por lo que yo sé, jamás se le logró el objetivo después de aquel encuentro a tres.

Las pocas veces que yo vi a Maribel Denow fue siempre en presencia de Dolores BABÁ, pues al fin y al cabo era la única pretensión que Maribel Denow albergaba en la recámara: descubrir todos los secretos que anidaban en el alma de la tercera en discordia. Yo simplemente veía a ser un elemento extraño en aquella historia…

Ésta se reducía a que durante la estancia de Dolores BABÁ en Denow ambas habían compartido una experiencia sexual, consistente en descubrirse corporalmente de manera respectiva y recíproca. Una atracción mutua entre ellas, desmelenada durante una noche en la que reinaba el alcohol, había dado al traste con sus inhibiciones y había acabado gozando de sus cuerpos sobre el lecho y abrazadas por la penumbra de alguna habitación propicia.

El problema fue, como tantas veces suele ocurrir a lo largo y ancho del Universo… el día siguiente: no coincidían en la manera de ver las cosas, en el diagnóstico. Lo que para Dolores BABÁ resultaba ser una excepción, Maribel Denow pretendía que fuese el inicio de un largo itinerario compartido, porque le había gustado y quería ir más allá, mucho más allá. Pero Dolores BABÁ se negaba a sí misma su condición lésbica… o como mínimo, bisexual.

Maribel Denow pretendía también convencerla con palabras de que aquello no era traumático ni tenía por qué ser frustrante. Sin embargo, Dolores BABÁ se resistía a admitir nada del asunto: por eso organizó los encuentros, conmigo presente como prueba científica de que ella era hetero. Así que durante aquella cena en el Agu cada uno de los tres degustamos el menú y la velada de una manera bien diferente.

Dolores BABÁ pretendía zanjar definitivamente la posible duda que se cernía sobre su coño y cuanto giraba alrededor del mismo… el cuerpo, mayormente. Maribel Denow buscaba elementos añadidos a su conocimiento sobre Dolores BABÁ para persuadirla en dimensiones ignotas hasta ese momento y con herramientas novedosas y efectivas. Por mi parte yo gozaba de la velada desde un punto de vista antropológico, de observación participante. Formar parte (aunque fuera de rebote y de manera involuntaria) de aquella construcción tan singular, me permitía disfrutar del conjunto: aunque no hubiera sido yo organizador del encuentro, ni quien podía sacar beneficio del mismo.

Aquellas miradas que intercambiaban ellas ante mis ojos de convidado de piedra, eran suficientes como para considerar positiva aquella cena. Dolores BABÁ esquivaba resbaladiza cualquier insinuación, fuera ésta de palabra o hecho, por parte de Maribel Denow, quien a su vez le lanzaba constantemente andanadas de cargas de profundidad, que finalmente resultaron infructuosas.

Maribel Denow tomó helado (era verano), pero se quedó sin su postre más anhelado, porque Dolores BABÁ y yo nos retiramos como pareja inalterada. Como tantas otras veces, Dolores BABÁ se negaba a enfrentarse al espejo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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