Maya

MP

Samarcanda

´88

´94

 897

             

 

Lo de Maya MP era la demostración palmaria e inequívoca de que en ocasiones no sólo puede sobrevivirse siendo feo (algo que sabe todo el mundo, sólo hay que mirar alrededor y contemplar el mundo circundante, incluidos los espejos), sino que además en ocasiones resulta ser una bendición poseer esa característica, pues de un plumazo se libra uno de toda la tontería mayúscula que habita el  planeta. Por arte de birlibirloque desaparece una gran cantidad de imbéciles, aunque por desgracia no todos.

Maya MP era una señora normal en todos los sentidos de la palabra, es decir: de esa gente que se te queda en la memoria de milagro al no tener algo especialísimo que la distinga del resto de los mortales. Los ratos en los que coincidí con Maya MP durante los innumerables trabajos de imprenta que compartí con su empresa, Preimpresión MP, siempre fueron de buen rollo; ventajas de desterrar las cuestiones de guerra entre los sexos de las relaciones humanas. Tratar con Maya MP otorgaba por eso una paz espiritual que nada habría tenido que ver si su cuerpo hubiera sido despampanante y/o su rostro cautivador.

A pesar de que en su gesto habitual quedaba un retazo, un matiz de desencanto, por fortuna Maya MP no movía a la compasión, sino a la empatía. Uno pensaba: “Bueno, el caso es que yo tampoco soy tan guapo que digamos…” y con ello tendía un puente de solidaridad que –además de inmaterial– resultaba tener un carácter espiritual difícilmente explicable… aunque podría resumirse en un brindis al sol, materializado en cinco palabras: que se mueran los guapos. Precisamente por ser la antítesis de lo socialmente conocido, que no es sino el afán de que los cánones estéticos universales se rijan por el propio interés. No. Se trataba, por el contrario, de plantarle cara a la desfachatez, asumir los defectos propios como parte de la personalidad propia y no renunciar a ellos.

Todo eso era la complicidad en silencio a la que invitaba la presencia de Maya MP desde su sonrisa torcida, sus ojillos saltones y la torpeza de sus manos… más allá de aquellas mejillas repletas de rojizos capilares que hacían sospechar de su afición a los carajillos o cualquier otro tentempié que facilitara una supervivencia cotidiana que para Maya MP no debía de ser especialmente sencilla. Aunque yo jamás la vi en estado de embriaguez ni perdiendo los papeles de ninguna manera. Es posible que se tratara simplemente de una característica fisiológica que nada tuviera que ver con el asunto.

Maya MP estaba casada, tenía hijos… ya he dicho que era paradigma de persona normal: esto incluye también tener como compañero de trabajo a alguien como Pedro MP, sin duda un elemento difícil para la convivencia por su inflamación constante de ego.

De cualquier manera, Maya MP realizaba su trabajo, que era picar textos a gran velocidad y maquetarlos para dejarlos listos antes de la imprenta: lo que en aquella época se denominaba “preimpresión”. Creo que jamás me dio su opinión estética acerca de los libros en los que yo era coautor y ella había trabajado, pero a la vista de la relación amistosa que compartíamos, desenfadada y divertida, imagino que muy malos no debían de parecerle… o prescindía de ellos en nuestro trato humano. Al fin y al cabo algo justo, equitativo: no dejaban de ser la presentación de mi fealdad.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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