Mercedes

Instituto Tele Visión

Samarcanda

´82

´83

 893

             

 

Su rostro se me difumina entre colores oscuros: azul real y negro forman parte de esa fusión que alcanza la sonrisa algo irónica y las gafas de señora mayor, las señas de identidad de los dos elementos que mi memoria, traviesa, amalgama… el libro de Latín y la cara de Mercedes Instituto Tele Visión.

Tras aquella carrera de obstáculos que resultaba ser el Bachillerato, llegaba la recta final: el curso-trampolín que daba paso a la Universidad. Pues allí me encontraba yo, como ante un pelotón de fusilamiento que era para mí la plantilla de profes aquel año. Más o menos me defendía en todo, pero claro, estaba el “hueso” por antonomasia, que para los de Letras era el Latín.

Como en una guerra cotidiana, Mercedes Instituto Tele Visión y yo teníamos nuestros encontronazos: batallas más frecuentes de lo que a mis intereses convenía, sin duda. Pero el objeto de las mismas era sólo uno: la cuesta arriba que para mí significaba traducir aquella amalgama que mezclaba en mi cabeza la Guerra de las Galias con la Conjuración de Catilina.

Daba igual cuál fuera el tema que se trataba en el texto, porque lo único importante eran los casos y las declinaciones, las conjugaciones y la sintaxis… el conjunto parecía una maldición que se había empeñado en tomar apariencia de palabras, pero cuyo trasfondo no era otro que mi perdición: el pozo oscuro al que se abocaba mi existencia si yo no era capaz de superar aquella prueba, aquel obstáculo.

Todo esto parecía saberlo Mercedes Instituto Tele Visión cada vez que elegía a alguien para sondearle y descubrir si había hecho los ejercicios y –por tanto– retarle a que los resolviera en la pizarra a la vista de toda la clase y concluir así cuáles eran sus conocimientos y acto seguido la nota que le correspondía: inocente o culpable.

Se acercaba el final del curso y mi posición era indefinida, equívoca por lo que se refería a mi absolución. Por ese motivo empecé a ir a clases particulares con Don Juan, aquel cura que parecía capaz de los milagros… de hecho había logrado el aprobado de Valentín Hermano pocos años antes. Cuando –llegado el último mes antes del veranoMercedes Instituto Tele Visión empezó a citar un día tras otro a todos los alumnos uno por uno para darles la oportunidad de lucir sus habilidades en la pizarra; yo no las tenía todas conmigo.

El día que me llegó el turno, siempre imprevisible y aleatorio, yo llevaba hechos los ejercicios: como todos los días, por si acaso. Recuerdo que Mercedes Instituto Tele Visión pronunció mi nombre y acto seguido: “Voy contigo”. Hice lo que pude; por fortuna, resultó suficiente… salvado aquel escollo que se llamaba Instituto Tele Visión e incluida en él Mercedes Instituto Tele Visión, todo pasó a formar parte de mi currículum superado. Esto más la Selectividad me abrió la puerta de la UdeS, una aventura en la que emplearía más de diez años a partir de entonces; por afición, vocación y dedicación.

Sólo mucho más tarde, allá por el ’93… volví a coincidir con Mercedes Instituto Tele Visión, aunque de una manera peculiar: resultó ser la tía de Cecilio Dalton. Era como una forma de justicia poética, pues jamás llegué a verla físicamente ahora, tras el paso de aquellos diez años; pero supe de los achaques de su salud por lo que me contaba el sobrino singular que le había tocado en suerte.

Probablemente Mercedes Instituto Tele Visión ni se acordara de mí, mucho menos de lo canutas que me las hizo pasar en su día… algo que, por otra parte, no era sino una apreciación subjetiva mía. No obstante, a la larga las enseñanzas de Mercedes Instituto Tele Visión resultaron ser ampliamente positivas para mí, porque de rebote de aquella Guerra-Conjuración en el poso de mis conocimientos quedaron múltiples sabidurías; beneficios colaterales que en caso de tener que explicar científicamente, no podría. Pero laten en el fondo de mi lenguaje como una intuición que supera las palabras.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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