Cecilio

 

Dalton

Sirdaryo

´92

´99

232

             

 

Si algo podía decirse de Cecilio Dalton que fuera objetivamente cierto, en lo que estarían de acuerdo tod@s cuant@s le conocían… es que se le iba la pinza.

Su forma de ser rompía todos los esquemas conocidos. Iba por libre de una manera que desafiaba todas las convenciones sociales y suponía un reto constante para quienes trataban con él. No es que fuera imprevisible, sino que funcionaba con otra escala, diferente de la que hemos aprendido y con la que nos hemos familiarizado desde pequeños.

Cecilio Dalton se movía en un mundo incierto: como si viviera en una neblina donde la sociedad se difuminaba y el tiempo se diluía. Ante todo se podía contar con él para la diversión en cualquiera de sus facetas, porque poseía ese extraño don que sólo tienen algunas personas: consiste en deformar a voluntad el mundo real hasta convertirlo en una caricatura.

No es que Cecilio Dalton le quitara hierro a las cosas, sino que gracias a su prisma no lo tenían: combinaba un surrealismo intuitivo, no intelectual, con la mueca del absurdo como desplante ante un inevitable existencialismo. Dicho así pudiera parecer que el asunto era trágico o aburrido, pero nada más lejos de la realidad: junto a Cecilio Dalton estaba garantizada la diversión, la risa constante. De hecho sus mecanismos mentales se orientaban hacia ese objetivo con una cadencia tan natural como imprevisible, por lo imaginativo.

Podría encontrar miles de ejemplos que lo ilustraran, porque cada velada compartida con Cecilio Dalton estaba cargada positivamente… hasta conseguir reinventar el mundo, haciendo que toda velada anterior se asemejara en una sola cosa: no parecerse en nada.

Una tarde que Cecilio Dalton circulaba con su coche por las afueras de un pueblo, al pasar junto al río vio que un gatito se había quedado atrapado en una isleta en medio del agua, de la que no podía salir. Detuvo el vehículo y estuvo un buen rato ingeniando maneras para facilitarle la salvación al animal: palos, ramas… en fin, cualquier accesorio que pudo encontrar a mano… pero el gato no se movía, era incapaz de salir de aquella isla. Cerca de una hora duró el intento de rescate. Finalmente el gatito, ya cansado, se lanzó al agua y ganó la orilla él solo, dejándole con dos palmos de narices… y Cecilio Dalton descojonándose a más no poder.

Un episodio típico en la vida de Cecilio Dalton, a quien el apodo le venía porque eran varios hermanos y se parecían entre sí… además de tener una mandíbula algo prominente[1]… Sólo conocí a su hermano Javier Dalton (famoso en Sirdaryo por putero y binguero), pero según creo recordar había al menos un tercer Dalton, que era el centro económico de la familia: un protésico dental que facilitaba trabajo a Javier Dalton y Cecilio Dalton.

Al menos Cecilio Dalton, también llamado Cecilio Piños, no llevaba mal nivel de vida: a pesar de sus raquíticos estudios (si es que llegaba a tenerlos), Cecilio Dalton fumaba y bebía con la misma regularidad que trabajaba y respiraba. Eso es tanto como decir que trabajaba todos los días, porque bebía con frecuencia y fumaba todas las noches… y no sólo tabaco. Sus mecanismos cerebrales solían activarse gracias al THC y otras sustancias psicoactivas propias de la marihuana y derivados: lo que le permitía una constante experimentación con los estados alterados de conciencia en sus propias carnes[2].

En cierta ocasión, de excursión por Qûqon acompañado por Valentín Hermano y Joaquín Pilla Yeska, por alguna carambola de circunstancias, recalaron en un camping donde pasar la noche. Allí, tienda de campaña en ristre y dispuestos a disfrutar de la vida en todos los aspectos posibles, hicieron un ejercicio de desparrame cuyo hito más trascendental consistió en el desayuno de la mañana siguiente… tras la noche de imparables carcajadas entre el whisky y el humo de la risa, para desayunar: un croissant con jamón serrano y anchoas. En palabras de Cecilio Dalton, lo mejor para la resaca…

De aquella excursión los porros se podían contar por decenas, según dijeron las crónicas al uso que llegaron hasta mis oídos. Lo cierto es que Cecilio Dalton tenía el don de volatilizar cualquier atisbo de depresión que se adivinara en lontananza con sólo mirarte fijamente: los ojos algo estrábicos y saltones, su gesto facial de rictus irónico cargado de buen humor, el cráneo algo deformado, el rostro ligeramente alterado y con alguna cicatriz… resultaban el complemento perfecto para su mandíbula desafiante, de tal manera que reprimir la carcajada era infinitamente más trabajoso que dejarse llevar por la gracia que tiene la vida.

Un whisky venía a poner la guinda y hacía desaparecer la oscuridad del horizonte. No es de extrañar que durante un tiempo fuera la pareja de Alejandra Ref. Cecilio Dalton, otra elementa discordante en la realidad maracandesa. En cierto sentido se complementaban… hacían buena pareja como acompañamiento surrealista, lo que siempre es de agradecer.

Durante muchas noches Cecilio Dalton y yo fuimos compañeros de copas: casi siempre en el Fin de siglo. Circulamos en coches cargados de tangos y con algún lomo embuchado moviéndose alegremente entre los asientos[3], poniéndoles calor a unas noches de otra manera marchitas.

Aunque le haya perdido la pista, la figura de Cecilio Dalton es para mí un referente a la hora de enfocar la vida con buen humor… que fuera el sobrino de Mercedes Instituto Tele Visión [4] no deja de ser una tremenda ironía. Una especie de ajuste de cuentas en positivo que me pasó la vida. Algo así como la compensación a los momentos amargos, ya superados… que sin embargo me han dejado en el ánimo cierta afición a las etimologías.



[1] Como los hermanos Dalton de los dibujos de Lucky Luke.

[2] Vamos, un discípulo aventajado y práctico de Escohotado.

[3] Restos de las excursiones que Cecilio Dalton hacía ocasionalmente.

[4] La señora que tanto me hiciera sufrir con el latín.

 

 

Sonido

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