Miriam

Ref. Dolores BABÁ

Kagan

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A mí no me importaba que fuera fea, porque jamás he tenido prejuicios (positivos ni negativos) hacia una persona por ese motivo: simplemente lo ignoro, al no ser algo que se decida voluntariamente… al menos así lo entiendo yo, quizá por ser también mi caso y lo considero ley universal.

Pero hay algunas personas que enarbolan esa característica, como si la fealdad fuera un estigma que condiciona su vida entera: cuando así ocurre, creo que es porque lo han decidido ell@s. Son fe@s militantes, por así decirlo: se ufanan para recordarlo en gestos o maneras, cuando no en atuendo o modales… lenguaje no corporal, vamos.

El de Miriam Ref. Dolores BABÁ era uno de estos casos (perdidos): dientes superiores prominentes, barbilla sobresaliente, ojisaltona, pecosa y con una nariz tan ancha que le ocupaba casi toda la cara. Su condición de pecosa hacía el resto, junto con unos ojos azules que tras unas pestañas menos pronunciadas habrían pasado incluso por bonitos. Para completar el cuadro, el pelo era negro azabache… pero no sólo sobre el cráneo: también tenía buena cantidad repartida por el rostro, vello facial. Un buen matojo que le daba apariencia de barba. Del resto del cuerpo es mejor ni hablar, para no abundar en detalles que podrían deprimir cualquier libido.

A pesar de su insolencia y desparpajo, que fundamentalmente consistía en un ejercicio constante de demostrar su superioridad intelectual, yo hablaba con ella. Más que nada porque era amiga íntima de Dolores BABÁ y yo no tenía intención de hacerle un feo a ninguna de las dos.

Miriam Ref. Dolores BABÁ estudiaba Exactas, lo que como todo el mundo sabe no es una prueba a favor ni en contra de un intelecto superior; menos aún cuando se trata de la UdeS.

La técnica de Miriam Ref. Dolores BABÁ era bien sencilla: para demostrarse su superioridad (y de rebote dejarlo patente al mundo entero) tendía a denostar y humillar de mil maneras a todo aquél que se le ponía por delante… y yo no iba a ser menos. Pero yo jugaba a escabullirme como un anguila, resbaladizo entre palabras. Aquello era como jugar al ratón y el gato: me divertía ver cómo ella intentaba poner freno a mis esquivas respuestas, que por otro lado tenían que ser lo suficientemente diplomáticas para no herir de rebote la sensibilidad de Dolores BABÁ.

Así transcurrían los días (y las noches) con las espadas en alto: buen humor por mi parte y desesperación por la suya. Cuando se enteró de que en una de mis incursiones en el mundo de las oposiciones aprobé un examen para profesor de Plástica de Secundaria sin haber estudiado siquiera, le dijo a Dolores BABÁ: “Todos los tontos tienen suerte”. De esta manera, por pura envidia y mala leche, abandonó el resbaladizo terreno de la diplomacia precaria en el que se había desenvuelto hasta entonces conmigo.

Yo me reí, claro, cuando me lo contó su amiga del alma (sobre la que no tengo aún claras sus intenciones erótico-afectivas, pues no lo he dicho, pero resulta obvio, que Miriam Ref. Dolores BABÁ no tenía novio): aquello me allanaba mucho el terreno, era una declaración de principios en toda regla. Yo la seguí tratando igual después, claro, pero me regocijo pensando el contenido de su cabeza cuando ella misma haya aprobado las oposiciones: algo de lo que no me cabe la menor duda.

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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