Narciso

BABÁ

 Kagan

´91

´98

 903

             

 

Había algo en lo que Narciso BABÁ resultaba todo un experto, como tantos otros individuos de su especie, la de los descerebrados: regocijarse en su condición y revisar todo lo existente, parámetros humanos incluidos, para que el resultado fuera ¡qué casualidad! que él estuviera en la cúspide de la pirámide.

Narciso BABÁ era un adolescente muy pagado de sí mismo; se gustaba tanto que le parecía extraño que no se celebrasen homenajes en su honor, ni la gente le rindiese pleitesía a su paso, admirados de que alguien tan superior y famoso pudiera llegar a existir. En ese mundo posible (en realidad, imposible) Narciso BABÁ era la medida de todas las cosas y referencia inevitable para cualquier acontecimiento.

Pero, aunque Narciso BABÁ no alcanzara a comprender por qué, el mundo real no funcionaba así: si alguien que no fuera él mismo hubiera tenido que describirle, habría dicho que aquel chaval dicharachero y desenfadado había dejado de estudiar por vagancia y estaba inmerso en el mundo laboral incipiente como repartidor de pizzas en moto.

Así se le veía desde fuera, así le conocí yo mismo: algo que ocurrió porque Narciso BABÁ era el hermano de Dolores BABÁ y por tanto coincidíamos en aquel piso propiedad de sus padres; lo compartían los tres hermanos en aquel ’91 en Samarcanda: Dolores BABÁ, Narciso BABÁ y Camilo BABÁ. De no ser por este motivo Narciso BABÁ y yo a lo más que habríamos llegado habría sido a coincidir ocasionalmente en vaya usted a saber qué circunstancias, pero con la absoluta seguridad de no haber vuelto a encontrarnos por incompatibilidades múltiples: hasta ese punto nos encontrábamos en las antípodas respectivas; hasta tal punto compartíamos mundo material pero nos distanciaban nuestros respectivos mundos espirituales.

Lo llevábamos como podíamos, con diplomacia… aunque en ocasiones las cosas se ponían un poco cuesta arriba. Como en aquella ocasión en la que a las tantas de la madrugada llegó Narciso BABÁ a su domicilio con una chavalita e intenciones sexuales compartidas por ambos ellos; pero al llegar al lecho más grande de la casa, el de sus padres ausentes, lo encontró ocupado: allí estábamos Dolores BABÁ y yo, durmiendo. Y Narciso BABÁ dijo en voz alta: “¡Vaya, está el gilipollas de mi cuñao!”, refiriéndose a mí, que casualmente estaba despierto. Nada dije, no se lo tuve en cuenta, claro… bastante desgracia tenía aquel pobre chaval en su existencia con el papelón que le había tocado en la vida… más que nada por no tener el más mínimo afán de superación ni tampoco visión de la realidad, mucho menos proyección de futuro.

Otro de los trabajos de Narciso BABÁ fue de camarero en el California: tanto éste como el de las pizzas llenaba de orgullo a su familia, puesto que demostraban que Narciso BABÁ no era absolutamente inútil… sólo lo era de forma relativa. Narciso BABÁ podía cotizar a la Seguridad Social, tener una nómina y entrar en el engranaje social; algo que empezaría a ocurrir no mucho tiempo más tarde, cuando una de las ninfulillas cautivadas por sus musculitos pasó a ser habitual de sus escarceos sexuales. Enseguida ella se hizo con las riendas de aquel cerebro desbocado que sólo comprendía cosillas primarias, aunque no todas. Si Narciso BABÁ alguna vez llegó a comprender que su vida era nada más que una condena autoelegida por: su falta de criterio y conocimiento, además de por su visión de la realidad (que no lo creo)… fue excesivamente tarde, cuando ya no había remedio.


 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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