Nico

Primo

Samarcanda

´82

´83

780

             
               

 

Era uno de los habitantes ocasionales de La ofi, porque su condición de primo de un habitual le hacía beneficiario de ese privilegio; además Nico Primo poseía una especie de halo de malditismo que probablemente le venía de sus pintas al vestir: deshilachado y oscuro, podría decirse.

Algo que le granjeaba cierto respeto entre la pandilla era su condición de superviviente, sobre todo a conflictos familiares. Que sus padres se hubieran divorciado a principios de los ’80 convertía a Nico Primo en una rara avis, porque había poca gente como él. Además generaba empatía por haber sufrido una situación tan traumática y sobrevivir a ella; bueno, esto último era relativo, porque de aquel caos generado en una cabeza que no llegaba a tener 20 años, había dado lugar a que la vida de Nico Primo cambiara totalmente… y no para mejor, precisamente.

Nico Primo aprovechaba el hecho de ser una especie de botín que pretendía llevarse cada uno de los cónyuges hacia su bando, tras la batalla campal de la separación. Ambos, por separado, le sobornaban para camelárselo: para granjearse su amor.

Esto provocaba que Nico Primo sacara tajada por partida doble… lo que le había convertido en una especie de privilegiado, pues tenía dinero y caprichos más que por duplicado. Y claro, como era lógico, Nico Primo utilizaba el tiempo a su antojo, que era su capricho: escuchar música, salir con los amigos, beber, fumar porros, etc. Leer y estudiar no, claro: eso quedaba para los pringaos como nosotros, metidos hasta las trancas en la vida normal… cuando Nico Primo venía a vernos alguna vez, nos compadecía e incluso nos invitaba a pasar por su casa, para que viéramos cómo era eso de vivir de verdad.

Allí tuve ocasión de escuchar a Pink Floyd en un aparato con una calidad de sonido excepcional, mientras Nico Primo ostentaba la decoración de su habitación como el trofeo de guerra que era: sólo que la guerra no era suya, sino entre sus padres. Él sólo se beneficiaba de los daños colaterales… o era el principal de los mismos. Allí también nos ofreció algún porro, que yo decliné amablemente como el pringao que era; creo recordar que todos los que venían conmigo también.

Nico Primo nos contaba las batallitas de los ligues que se había llevado con éxito a aquella misma habitación; lo hacía entre los rizos azulados del porro que estaba fumándose. El lugar, la situación, el ambiente… me parecieron interesantes por excepcionales, pero fáciles: sospechosamente fáciles. Imaginé cómo sería la vida de aquel aspirante a maldito, repitiendo cada día aquellos rituales; comprendí tanto el vacío existencial de aquel chaval que era Nico Primo… sólo semejante al que ocupaba su cabeza.

Entre los colegas de La ofi se comentaba la suerte que disfrutaba Nico Primo, aunque fuera motivada por la desgracia del divorcio de sus padres. No iba por ahí mi opinión, que le veía más digno de compasión que de envidia.

No sé si llegué a verle en alguna ocasión más tras aquel día, no lo recuerdo… pero sí tengo presente el jarro de agua fría que cayó sobre mi cabeza cuando me dijeron que Nico Primo había muerto. El motivo era tan oscuro como misterioso ante mis ojos profanos: una sobredosis; y no de porros, precisamente. Para Nico Primo resultó ser un final tan maldito como previsible, sin duda; imaginé su cadáver en la morgue, con el rostro tan macilento como en vida. Imaginé también la cabeza: vacía, como siempre.

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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