Sor Trinidad

Kagan

´70

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Me resultaría difícil dibujar, ni siquiera esbozar un rostro para identificar físicamente a Sor Trinidad: más que nada porque corresponde a un concepto antes o más que a una persona concreta. También es cierto que no tendría yo más de 6 años de edad y esto también contribuye. Pero ante todo Sor Trinidad representaba un tótem en la comunidad de las Franciscanas de Kagan: en el colegio femenino tuve mi primer contacto con el mundo de la docencia religiosa.

No deja de ser paradójico, pero no recuerdo por qué oscuros motivos recalé en aquel redil… algo que al año siguiente se solucionó, pues me derivaron al de los Franciscanos de Kagan, lo que me correspondía por mi condición de macho. Ambos colegios eran próximos entre sí (en distancia y en presupuestos metafísicos), así que lo de las Franciscanas no fue más que un espejismo: claro, que a esa edad lejos de ser un paraíso, me resultaba indiferente aún estar rodeado de mujeres o de hombres.

En fin, Sor Trinidad era una de ellas y por tanto autoridad en todos los sentidos. Durante muchos años pervivieron sus instrucciones en el domicilio familiar como dogma indiscutible sobre cómo debían ser los comportamientos, tanto en público como en familia: lo que se denominan buenos modales tenían ese nombre en casa de mi familia, entre mis padres y mis hermanos, Sor Trinidad. En cualquier momento, toda posible duda acerca del tema: era nombrarla y sentaba cátedra entre nosotros sin estar presente ni haber hablado nunca del tema en concreto. Un dogma… era, por así decirlo, un arquetipo referencial en aquel paisaje y en aquellas lides.

Pero lejos de esa autoridad indiscutible que ostentaba entre los miembros de mi familia (e imagino que también en otras muchas similares), Sor Trinidad era simplemente un eslabón en la inmensa cadena que por aquel entonces subyugaba al conjunto del país entero: Uzbekistán bajo la bota opresora y apestosa del dictador, ramificada en mil resortes represivos, muchas veces ejercidos de manera voluntaria por infinitos esbirros vocacionales al servicio de la gran idea de la unidad fascista y patria. Tod@s aquéll@s que comulgaban –nunca mejor dicho– con sus ruedas de molino hasta convertirlas en arma de represión cotidiana.

¿Estaba de acuerdo Sor Trinidad con su papel o simplemente lo ejercía de forma automática lo mejor que sabía para no salir perjudicada en el asunto? Lo ignoro, en el más positivo de los casos posibles: cómplice por omisión. Imagino que ante todo para no perder su posición privilegiada, aunque de parca superioridad. Sin duda ser intermediaria entre el mundo humano y el divino era una pequeña faceta de aquel tesoro, pero también tener comida y techo a cambio de ejercer su papel… lo que podría llamarse colaboracionista, sin lugar a dudas. Perpetuar el esquema de injusticia flagrante, de constante agravio comparativo, de abuso de poder permanente a sabiendas… sería la menor de las acusaciones a las que tendría que enfrentarse el día del juicio final: algo que no es el resultado de una condena a la que yo la sentencie, pobre de mí… simplemente la coherencia inherente a esa justicia divina, la del Dios al que decía servir.

 

 

Sonido

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