Sito

 

Samarcanda

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No parecía un mal chaval, a mi entender de 16 años se trataba de uno más entre la jauría de la clase y, como yo, un poco perdido… descubriendo cómo era eso de la adolescencia a medida que transcurría: luego pasaba aquello de que cuando lo tenías más o menos controlado, ya habías crecido y te habías convertido en un jovencito. Aproximadamente lo mismo que pasa con la vida, ¿no?

Pues allí estábamos Sito y yo, compañeros de clase… sólo que él venía acompañado de su pandilla de amigos: todos eran de pueblos cercanos entre sí y por tanto se conocían desde niños. Algo así como un grupo de amigos… cuyos miembros de repente se veían inmersos en el Bachillerato.

Sito, al igual que el resto de los suyos, estudiaba como quien caza pardales o juega por el campo: sin percatarse del alcance de sus actos, como una forma de encontrar diversión entre las ineludibles obligaciones. No me caía mal, como tampoco bien: el color de su piel curtida, su estatura o su desparpajo despertaban mi curiosidad, pero nada más. No me parecía especialmente inteligente ni atractivo, pero tampoco lo contrario; de ahí que llamara mi atención un hecho que para mí resultaba sumamente importante, pues Sito era el pretendido de Cecilia ÉSA, mi amor platónico de la clase por antonomasia (con esto quiero decir que había más chicas que me atraían, pero ninguna como ella).

En otras palabras, Sito y yo compartíamos chica, por decirlo de una manera equiparable, aunque no lo fuera. Ellos dos tendrían, supongo, sus escarceos durante los fines de semana… algo a lo que yo ni aspiraba, porque la relación que manteníamos Cecilia ÉSA y yo era intelectual, por así llamarla. Nuestra común afición por Saint-Exupéry nos hacía compartir guiños de principito, con elefantes, serpientes y sombreros… pero salvo esas conversaciones adolescentes no había entre nosotros dos nada más que una complicidad lejana al acercamiento carnal.

Yo no sabía cómo abordar la empresa, por miedo a perder lo poco que tenía con ella: un niño dueño de un planeta-corazón. Mientras, contemplaba el acercamiento constante de Sito y Cecilia ÉSA, que resultaba casi insultante para mi posición y mis intenciones. Pero yo por Sito no sentía envidia ni rabia, sino curiosidad: ¿cómo podía ser que aquel chaval con modales zafios y cara de pan de pueblo tuviera acceso a esa maravilla de la feminidad cuya máxima concesión hacia mí fue dejarme entrever su escote una vez… además de manera involuntaria?

Yo estudiaba a Sito con la finalidad de aprender cómo se hacía eso de ligar… no con cualquiera, sino precisamente con Cecilia ÉSA. La conclusión a la que llegué fue que debía dejar de ser yo y convertirme en alguien como Sito, algo que además de resultarme imposible de concebir… aún menos llevarlo a cabo. Lo mío no era el teatro: estaba más cerca de la resignación o de aprender a manejar psicológicamente las situaciones adversas sobre las que no podía influir.

Llegué a esta conclusión tras algún intento (por escrito, claro) que cayó en saco roto y nos alejó definitivamente a Cecilia ÉSA y a mí… cada uno perdido en el solipsismo de su caja de cartón con agujeros. A Sito le perdí de vista, claro… imagino que al poco tiempo le esperaba el servicio militar obligatorio y seguro que el uniforme le sentaba la mar de bien. No como a mí, que ni siquiera llegué a probármelo… mi futuro era una formación académica que se encontraba en una sucesión de Facultades que al poco tiempo empecé a recorrer y frecuentar. En ninguna de ellas coincidí con Sito, probablemente porque no las habrá pisado en su vida… bueno, quizá sí: no practiquemos prejuicios elitistas.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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