Sandra

Químicas

 

 

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A pesar de ser un recuerdo bastante reciente de entre los que aquí van apareciendo, justo antes de mi definitiva marcha de Samarcanda, allá por el ’99… Sandra Químicas se mezcla en mi maltrecha memoria con el recuerdo de otra chica que también fuera mi compañera de piso en la calle del Conde Drácula. Supongo que esto es así porque –más que personas individuales– para mí se trataba de personajes en aquel decorado de mi vida; por eso resulta secundario que los detalles respondan o no a lo que podría caer bajo el nombre o concepto de “personalidad”. Sandra Químicas era una chica muy independiente y carente de prejuicios, así como alejada de las etiquetas socialmente aceptadas… tanto como guiada por su intuición.

Sólo así se puede explicar que, tras comprobar las condiciones de vida en aquel piso e indagar organización interna del mismo y compañeros que tendría, Sandra Químicas decidiera quedarse. Enseguida pudo experimentar en su propia cotidianidad la libertad absoluta y permanente colaboración que allí se disfrutaban; probablemente por eso el buen rollo con ella era absoluto y recíproco. La convivencia resultaba fácil, supongo que por eso Sandra Químicas toleraba algunas excentricidades que sólo en ocasiones podían alterar la buena marcha, el buen ritmo de sus estudios y sus planes académicos.

Aparte de sus inmensas orejas, nada llamaba la atención en Sandra Químicas salvo una sonrisa franca y una simpatía que la alejaban de los prejuicios que por lo general se tienen acerca de la gente procedente de Urganch… casi siempre con motivo y razón. El hecho de que estudiara Químicas ya nos da una ligera pista de su manera de ser, sin caer en los fáciles tópicos asociados normalmente por el populacho a las diferentes disciplinas académicas de la UdeS.

Sandra Químicas era una chica responsable y disciplinada: no diré que cuadriculada como la tabla del sistema periódico, porque sería injusto e inexacto. Pero era sistemática y pulida, aunque a veces en su personalidad flotaran elementos sorprendentes, descontrolados… como los electrones de la última capa de un átomo.

A pesar de que Sandra Químicas tenía su vida independiente de los integrantes de aquella “cloaca de marfil” que venía siendo el piso de Conde Drácula y por ende La Tapadera (y más tarde, incluso también el Idiota), entre nosotros había una compatibilidad de actividades que iba mucho más allá de lo puramente mecánico. Puede que fuese al revés, que precisamente por aquellas diferencias Sandra Químicas encontrase una manera de enfocar la vida, que a pesar de estar fuera de lo puramente tópico como es la vida del estudiante universitario emancipado, estuviese planteada también al margen de las apolilladas existencias que suelen parecerle a uno los cánones vitales de las generaciones anteriores.

Sandra Químicas veía en nosotros algo diferente al planteamiento universal heredado y dado por válido que suele llamarse “ruptura generacional”; éramos más bien algo así como la posibilidad real de concebir aquello como un aprendizaje, sacar provecho positivo de los errores experimentados en vidas ajenas.

En el fondo todo esto venía ejemplificado simbólicamente en la afición irrefrenable que Sandra Químicas tenía por una actividad en apariencia tan sana e inocente como es la de comer naranjas. Las devoraba con una fruición sorprendente, admirable: eran su vicio personal y públicamente confesado. Como media, solía comer un par de kilos al día; los médicos le advertían de las posibilidades de que aquellas cantidades acabaran resultando nocivas, pero ¿cómo hacer caso a quienes siempre ven lo negativo, prescindiendo del jugo y el sabor de la vida?

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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