Rocío

Macaco

 

Kagan

´80

´83

 954

             

 

Los componentes de mi pandilla de Kagan hablaban de Rocío Macaco con una idealización ciertamente equívoca: por un lado, Rocío Macaco resultaba ser la chica referencial para sus hormonas desperezándose y por lo mismo un objeto del deseo. Algo así como la personificación de todas aquellas figuras femeninas que en los corrillos secretos de los adolescentes pajilleros que eran ellos, sólo se trataba de fotografías: mujeres de dos dimensiones que no hablaban con ellos; simplemente estaban ahí. Pero Rocío Macaco era diferente: se trataba de una chavala de su edad, vecina del barrio. Era de carne y hueso, hablaba y reaccionaba ante sus palabras y requerimientos. Rocío Macaco era una chica de verdad.

Pero por otro lado esto traía consigo el hecho de que Rocío Macaco fuera de piel, carne y hueso… real… y por lo tanto dejaba de ser ideal, abandonaba ese limbo y al devenir material conllevaba dejar de ser idealizada.

Así que todos se permitían el lujo de hablar de Rocío Macaco de forma soez, con vulgaridades a las que se creían legitimados porque, al fin y al cabo, Rocío Macaco era como ellos y también tenía su curiosidad por el sexo. Al ser mujer, eso la convertía ante sus ojos de machitos incipientes en lo que a esa edad se llama una puta. Hacía y se dejaba hacer en lugares recónditos, apartados, que se prestaban a experimentos propios del sexo en la adolescencia.

Ellos me lo contaban con naturalidad durante mis estancias veraniegas en Kagan. Los detalles escabrosos no eran tabú entre nosotros, así que después, durante la vida cotidiana, yo veía a Rocío Macaco y me fascinaba que pudiera vivir así, tranquilamente, en aquel pueblo enrarecido ante mis ojos, aunque en realidad allí no pasaba nada. Nunca. Simplemente mi imaginación inexperta a buen seguro me llevaba por paisajes que realmente no existían. Muchas veces les acompañé al Macaco, el bar donde Rocío Macaco ayudaba a su padre con el negocio.

Ellos iban con naturalidad, como si nunca hubieran morreado con su hija ni hubieran hecho experimentos corporales de común acuerdo con Rocío Macaco. Ya lo he dicho, lo sé: a mí me seducía todo aquello… por la sencilla razón de que me habría resultado imposible llevar a cabo lo que para ellos era simplemente anecdótico: las exploraciones corporales respectivas y recíprocas con aquella chica feúcha pero fascinante que para mí era Rocío Macaco.

Quizás me lo contaban para ver mi reacción o comprobar si yo me animaba a participar… o si hacía yo algo parecido en Samarcanda con otras chavalas. En una de las ocasiones, Tino RIEGA contó que estando a solas en el bosque con Rocío Macaco, entre los pinos procedían a una sesión de magreo recíproco… y al llegar al momento de explorar la entrepierna de Rocío Macaco, él se había detenido; ante la sorpresa de Rocío Macaco, que le preguntó qué le pasaba, él respondió contrariado: “La puta de la compresa, que no me deja pasar la mano”. La frase resultó ser el clímax de la narración, pues todo el auditorio formado por mi pandilla veraniega de Kagan, prorrumpió en una sonora carcajada entonada a coro.

Para mí aquélla fue la prueba más evidente de que, a pesar de estar en el mismo mundo material ellos y yo, habitábamos universos distintos, irreconciliables: jamás me vería en aquella situación, porque mi manera de ser me lo impedía. Para mí Rocío Macaco, como cualquier otra chica, era algo más que un cuerpo explorable: una sensibilidad. De la misma forma igual que a mí me gustaría serlo para cualquiera…

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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