Rocío

GOMA

 

Samarcanda

´88

´94

953

             

 

Rocío GOMA era una chica que tenía buen fondo, se notaba a la legua desde que se la veía; podía corroborarse sin ninguna duda en cuanto se intercambiaban con ella algunas palabras, porque se le salía por los ojos y el gesto amable esa condición de bonhomía que no puede fingirse ni disimularse. Esto, que en algún caso podía ser la presentación de alguien que incitara a profundizar en su trato y/o conocimiento, en el caso de Rocío GOMA no: resultaba ser el punto de llegada. No había más; ausencia de trasfondo. Puede que simplemente se tratara de alguien que conocía sus limitaciones y obraba en consecuencia: estudiaba Pedagogía en la Universidad Fanática, hecho que declaraba abiertamente que su intelecto dejaba mucho que desear, puesto que no daba más de sí que semejante disciplina… y además en manos de dogmáticos. En otras palabras: si se miraba cuánto de sabiduría albergaba aquel cráneo, la solución era indiscutible. Cero patatero.

Todo lo expuesto, sin embargo, no parecía importarle a Rocío GOMA, feliz siempre tras la sonrisa que habitaba perenne en su rostro bonachón, de muñeca pepona. Quizás todo partiera de algo mucho más simple: Rocío GOMA aceptaba o había aprendido a convivir con sus condiciones casi inevitables de fea, coja, gordita y simple como el asa de un cubo. No daba para más y ella lo sabía, pero esto no le suponía un revulsivo para superarse, sino una aceptación de sus condiciones: resignación bovina.

Lo curioso del asunto era que se tratase de la hermana de Minerva GOMA, alguien que se movía en un universo totalmente diferente, pues ésta era compañera mía en la Facultad de Filosofía y musa indiscutible de mil proyectos que habitaban mi cabeza. Rocío GOMA y Minerva GOMA eran, por así decirlo, la noche y el día… algo de lo más normal si no hubiera sido porque habían compartido la infancia, conviviendo en el mismo domicilio, con resultados tan dispares por no decir antitéticos o antagónicos. Pero Rocío GOMA era feliz con sus limitaciones físicas y mentales: esto era lo más tremendo, lo más dramático, lo más frustrante. Parecía como si el precio para alcanzar la felicidad fuese aquel cúmulo de indeseables factores… como si la felicidad fuera un premio reservado a quienes no tienen otra cosa en su vida.

Ver a Rocío GOMA feliz daba tanta rabia como envidia… pero envidia sana y rabia sana. Uno llegaba a pensar que si hubiera nacido como ella, le gustaría ser como ella; ahora bien, ¿habría querido nacer como ella? La respuesta era claramente negativa.

Éste era el motivo por el que, tras conocer a Rocío GOMA, a uno le parecía bien que ella hubiera encontrado su lugar feliz en el mundo, pero que no contara conmigo para abonar aquel campo: es lo que podría denominarse pertenecer a universos distintos, aunque habitando en la misma dimensión de la materia. Por eso el día que leí mi Tesina me pareció un tierno desencaje de la realidad que en lugar de Minerva GOMA fuera Rocío GOMA quien se acercó a felicitarme; sin embargo lo hacía en nombre de su hermana, que por haberse roto una pierna se quedó con las ganas de asistir. La rosa que me entregó de su parte sin duda representaba el puente entre aquellos dos mundos: imposibles de conciliar, aunque no irreconciliables.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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