Ramón

Vivales

 

Kagan

´80

´81

  950

             

 

Ramón Vivales se lo tomaba todo a la ligera: los estudios, las novias, los amigos, las juergas, sus padres, el alcohol, la música… parecía que nada le afectaba, como si se encontrase más allá de toda realidad, todo anclaje y todo compromiso. Supongo que era la edad, aquellos 14 años que yo también tenía, así como el resto de los componentes de aquella pandilla típica que formábamos durante mis veranos en Kagan; una serie de críos creciendo que nos hacíamos llamar Los zumbaos.

Justo en esa época de la vida en la que se van definiendo las personalidades de manera casi imperceptible, Ramón Vivales había elegido la senda de la superficialidad… o el camino le había elegido a él, no sabría yo decirlo con exactitud. Pero formaban una pareja de lo más compenetrado: la más leve insinuación sobre el asunto era contestada con una sonora carcajada y algún insulto que viniera al caso. Ni él tenía ganas de cambiar ni yo  tan siquiera la posibilidad de explicarle las ventajas de llevar otra vida. El de Ramón Vivales sí que era un caso perdido, como suele decirse en estas ocasiones; perdido para toda causa noble.

Seguramente yo, de haber permanecido durante toda mi vida en Kagan en aquella época, habría acabado desembocando en los mismos derroteros. Pero quisieron la casualidad, las circunstancias o el destino, que mi futuro se desarrollase en Samarcanda, con la carga de sabiduría, universidad y universalidad que la acompañaban. De alguna manera Ramón Vivales era mi otro yo, la línea de la vida que habría dibujado mi mano en aquel mundo posible, ya imposible, de mi vida en Kagan.

Ramón Vivales era un chaval divertido y vitalista, siempre dispuesto a pasar un buen rato… algo que es común a mucha gente a esa edad, sin duda. Imaginativo, de ésos que se apuntan a un bombardeo. Pero carecía de proyección de futuro, de visión de lo que le esperaba si continuaba así: sin conocimiento de lo más elemental o básico para desenvolverse en la vida. La prueba estaba en que lo académico le provocaba alergia; le resultaba imposible, era lerdo. Bien es cierto que muchas veces no hay relación o correspondencia directa entre esto y el éxito en la vida, pero es que en el caso de Ramón Vivales salía de ojo que si continuaba por el camino que iba, tenía garantizada la madurez amargada que suele refugiarse en el alcoholismo del vino barato y la violencia doméstica: esto último en el supuesto caso de haber encontrado un alma gemela con la que compartir los sinsabores de la vida así planteada.

No sé qué ocurriría finalmente con Ramón Vivales, aunque me temo lo peor para su persona. Poco tiempo después le perdí de vista, desconecté de aquel horizonte: pero no como el fruto de una decisión por mi parte, sino un proceso natural que desembocó en esa desvinculación. En Kagan me trajeron al mundo, aquella pandilla en la que estaba también Ramón Vivales, Los zumbaos, me hizo compañía una temporada y aprendí, gracias a él y a otros cuantos elementos semejantes, lo que yo no quería para mi futuro. Faltaban aún muchos paisajes para que me fuera acercando a lo que realmente quería, pero todo aquello era imprescindible: constituía una referencia por oposición, sin duda alguna. Y no es algo menor para quien tiene que lidiar con una naturaleza indecisa en su personalidad. Sin embargo puedo decir que el sacrificio de Ramón Vivales no fue en vano: puso ante mis ojos aquello que, en un descuido, yo también podría haber llegado a ser.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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