Petronio

Chamizo

 

Kagan

´94

  938

             

El de Petronio Chamizo era más bien un aspecto de logotipo que de persona, por lo que aquél tiene de abstracto y simple: dos ojillos pequeñitos y azules allí, al fondo de las órbitas… y bajo ellos una sonrisa habitando su insulsez. Claro, no podían ponerse pegas: era una sonrisa, al fin y al cabo; nada hostil. Enseguida, al comprobar la pastosidad de la pronunciación con la que Petronio Chamizo iba adobando sus conversaciones, uno empezaba a darse cuenta de que algo no era normal… y al ir transcurriendo el tiempo y la conversación, inevitablemente Petronio Chamizo sacaba de cualquier bolsillo un porrito y lo encendía, con la naturalidad de quien repite el acto muchas veces a lo largo del día. Ha dejado de ser ritual, como suelen caracterizarse los actos religiosos (tanto los paganos como los otros), ceremoniales o delictivos. Para Petronio Chamizo aquello ya no era nada de eso, sin una característica de su personalidad, algo inherente a su forma de ser: hasta tal punto lo había integrado en su existencia.

Digamos que Petronio Chamizo no podía existir sin porro, era algo así como una condición de posibilidad en su día a día. Probablemente por este motivo Petronio Chamizo hacía extensivo todo ello a su lugar de trabajo, que no era sino una reunión más o menos informal de practicantes de aquella misma creencia en la risa como línea de flotación. Habría sido envidiable si no hubiera sido por la anulación cerebral que conllevaba aparejado todo aquello: no es que fuera sólo la causa, es que también era la consecuencia. Uno anulaba voluntariamente  el cerebro para participar del ritual, integrándose en un esquema para el que la cabeza era un estorbo por definición… pero es que además aquella especie de comunión de humo entre las neblinas grisáceas de El chamizo, su ciénaga de luz, significaba ineludiblemente poner entre paréntesis la cabeza mientras uno estaba allí dentro.

Petronio Chamizo era una especie de chamán contemporáneo, jugando y haciendo jugar a la concurrencia a una pequeña muerte cerebral que se asemejaba al orgasmo (véase el francés). Su rostro macilento habría debido hacer sospechar a los acólitos y los fieles en general que todo aquello no debía de ser muy saludable, que digamos… pero no eran gentes que se dejaran llevar por el sentido común: de hecho, Petronio Chamizo era una de las típicas amistades de Marilyn Hermana, lo que ya dice suficiente en cuanto al uso que aquella pandilla le daba al cerebro.

Petronio Chamizo vivía en su nube, disfrutaba de su vida; poca importancia parecen tener en este esquema la opinión ajena, los usos sociales o las costumbres ancestrales. Teniendo en cuenta que hablamos de gentes que nacían y vivían en Kagan, que por lo general no salían de aquella burbuja más que con los pies por delante… pues no parece que sea muy reprochable que hubieran elegido aquella opción.

Lo cierto es que charlar con Petronio Chamizo transmitía una paz tentadora: pero a mí no me motivaba para subirme al carro, porque echaba en falta en todo ese conjunto un resquicio por el que se colara la posibilidad de protestar, alzar la voz, llevar la contraria… no sé, alguna otra cosa aparte de aquella anestesia. Podía resultar muy placentera, no lo niego; pero a mí me recordaba a la que utilizan los dentistas: uno la teme porque sospecha que al final del proceso, cuando se hayan pasado sus efectos, el dolor será insoportable. Sólo evitable con la muerte.

 

 

Sonido

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