Petronio

Barrio

 

Kagan

´86

´96

 939

             

Con Petronio Barrio me unía una relación peculiar, pues a pesar de ser de mi pueblo, Kagan, le conocí en Samarcanda. No podía haber sido de otra manera, porque aquel ’86, cuando tuvo lugar nuestro encuentro, yo había abandonado casi definitivamente la costumbre de volver por allí… al menos, con los mismos ánimos y compañía que hasta entonces me rodeaban.

El hecho de que Petronio Barrio viviera en Samarcanda se debía a que había elegido la ciudad para asentarse como empresario: lo que ahora se denomina emprendedor, en aquella época simplemente era alguien que se arriesgaba a poner un negocio por su cuenta y riesgo. En el caso de Petronio Barrio la empresa con la que arriesgaba su futuro y su dinero era un bareto, el El barrio: de ahí que llegáramos a conocernos, porque dicho garito se encontraba muy cerca del Plátanos, que entonces era mi cuartel general, centro neurálgico o cualquier apodo similar que quiera adjudicársele y que reúna los requisitos de ser el centro de batallas intelectuales y servir alcohol sin mesura.

Así que lo de recalar en la barra que regentaba Petronio Barrio era cuestión de tiempo y las circunstancias, teniendo en cuenta la cantidad de horas de vida que yo dedicaba al asunto. Además, con el ambiente propicio que Petronio Barrio ofrecía en aquel rinconcito acogedor, estaba cantado que Petronio Barrio y yo acabaríamos charlando algún día. Como así fue… pero Petronio Barrio no respondía al perfil típico y tópico del habitante de Kagan.

De hecho, casi nunca hablábamos del pueblo, aunque era algo que teníamos en común. Tengo la impresión de que Petronio Barrio no era precisamente uno de los característicos habitantes de Kagan: en primer lugar, porque si lo hubiera sido habría puesto el negocio en el mismo Kagan y no se habría ido hasta Samarcanda. Más bien me daba la impresión de que Petronio Barrio era una especie de exiliado involuntario, parecía haber querido estar en otro Kagan diferente al real y por eso había creado el rincón que le permitía ir cuando quisiera, pero permaneciendo a una distancia prudencial como costumbre vital.

De hecho Petronio Barrio ambientaba aquel su bar con una música de buena calidad, que hasta cierto punto conseguía transportarte… algo que combinado con el humo de los porros que llenaba el local constantemente, resultaba conseguido óptimamente. El primero en contribuir a densificar la neblina gris-azulada era el propio Petronio Barrio, siempre risueño desde el fondo de sus ojillos minimizados por el efecto estupefaciente del material gaseoso con el que se desempeñaba, añadido al eufórico del líquido elemento alcohólico, fermentado o destilado.

Petronio Barrio era feliz en su pequeño paraíso y compartía dicha dicha con la clientela, entre la que por fortuna me contaba yo. Petronio Barrio nos oía hablar de filosofía y sonreía; de tangos y lo mismo, pero ni una cosa ni la otra le atraían. De hecho, había abandonado los estudios a la altura de la Secundaria, como tanta otra gente… pero esto no nos separaba, antes bien al contrario. A ambos nos hacía sospechar. A Petronio Barrio, que quizás se había equivocado al dejar de estudiar; a mí, que la felicidad estaba muy lejos de vivir en los libros. Por esos dos motivos, tan diferentes, todos nos sonreíamos hermanados.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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