Pepita

FC

 

Kagan

´94

 930

             

 

Lo suyo no era un cuerpo, sino un sarmiento. Y en la medida en que existe una correlación indiscutible entre el cuerpo y el alma, la materia y el espíritu… el alma que acompañaba en este caso a su cuerpo era paralelamente igual de retorcida y seca. Pepita FC venía a ser una prosopopeya de la mala leche, algo así como la personificación de las mil fuerzas oscuras que anidan en las profundidades abisales del alma humana. Sólo que para ser verdaderamente malo se necesita inteligencia: no es suficiente la mala leche o ir sembrando malicia a tu paso, intuitivamente.

En el caso de Pepita FC no existía base suficiente para adquirir la condición de diablesa mínima, así que se quedaba simplemente en una pobre mujer con aspiraciones, que se creía capaz de grandes hazañas, mas no eran otra cosa que un grano de arena en la playa infinita de la maldad.

Si no hubiera sido mi compañera de trabajo en Kagan, mientras yo me encontraba destinado en el Instituto de Futuros Currantes, a lo más que habríamos podido llegar Pepita FC y yo habría sido a coincidir en la carnicería o haciendo alguna otra cola en compras sin importancia. Pero quiso la casualidad que compartiéramos mesa y secretaría: ella, como persona con mayor antigüedad en el lugar, ejercía de guía laboral… de paso, de contrabando, intentaba aplicar superioridad de manera jerárquica. Algo para lo que le faltaban conocimiento y experiencia en el trato de Recursos Humanos, como se verá. Por eso no pasaba de ser una de sus intenciones frustradas y una demostración objetiva de su impotencia.

Supongo que mucho de lo antedicho latía oculto en el lecho de su trato cotidiano, que a fuer de pretenderse imponer ante mi vista como indiscutible, resultaba ser un paradigma incuestionable de incapacidad vital manifiesta. Por eso imagino que en cuanto se le presentó la oportunidad, sacó a relucir su capacidad para imponer su poder, que resultó ser tan raquítico como ridículo.

Quitó una inocente decoración que yo había colocado en la pared: un dibujo de algún alumno para alegrar la vista. Lo quitó, sin comentario alguno; con ello demostraba que la secretaría era su terreno, claro… era ni más ni menos que marcar el territorio. Como una meada de perro o el zarpazo de un oso sobre un árbol. Lo demás vino por añadidura: yo quitando el cuadro del Rey y toda la cascada posterior de acontecimientos que vendría después.

En definitiva, un pulso al que yo me vi obligado por la impericia de Pepita FC y cuyas inimaginables consecuencias resultan tan curiosas como descabelladas. Pero para Pepita FC, desde su percepción, aquello fue la demostración indiscutible de quién mandaba allí. Al final me perdió de vista, que sin duda era lo que pretendía; pero sin darse cuenta de que así se quedó sin entretenimiento.

La imagino en casa, comentando con su marido cotidianamente el desarrollo de aquel proceso sin par. Él le daría la razón, claro, porque nada menos era un Policía Nacional y aquello lo vería como una demostración del orden imperando sobre las tonterías propias de la juventud, representada por mi presencia. Un correctivo para el que Pepita FC, su mujer, resultaba herramienta imprescindible: brazo ejecutor. Pero aquello, visto objetivamente, tenía pinta de otra cosa bien distinta… aparentaba ser la manera de derivar una frustración, la de Pepita FC, quien a fuerza de no aguantarse con el marido, encontró en mí un filón inagotable de mala leche hasta el infinito: el que le proporcionaba mi cara de panoli.

 

 

Sonido

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