Andrés

 

Primo

Samarcanda

´77

´80

712

             

 

A principios de los ’80 debía de rondar los 50 años, así que formaba parte de la generación que tuvo como tarea histórica sacar a Uzbekistán del pozo de la guerra… y lo hizo desde lo que entonces era el monopolio eléctrico del país. Andrés Primo era un carguito intermedio, algo así como un jefe de negociado.

La imagen que conserva mi memoria es la de un tipo alto y algo desgarbado, encorvado y moreno, con un abrigo verde y fumando en pipa. Su gesto era tan cetrino como su piel y sus modales: seco, poco amigable, probablemente misántropo o al menos receloso de los niños.

Era el primo de Paquita Madre y por tanto yo le conocía como parte de la familia… aunque luego el asunto se amplió un poco: más que nada porque Andrés Primo tenía una oficina: le llamaban así al cuchitril en el que invertía sus horas extraordinarias para ampliar el sueldo. Un piso bajo en una casucha vieja que había junto al cuartel… al menos tenía ventanas y no era un sótano, lo que le otorgaba ya la condición de lugar de lujo para dedicarse a las tareas infectas de especulación que suelen denominarse contabilidad.

Para ello Andrés Primo se rodeaba de cinco esbirros: uno era “el Picu” (destripaterrones cuyo carnet de identidad se resumía a la perfección en una frase: “se m’ha ramao el vino”, pronunciada por él alguna vez durante los recesos consumidos en la taberna donde malgastaba su ocio, junto a la oficina de Andrés Primo), otro que no recuerdo y el tercero en cuestión… éste no era otro que Valentín Padre.

De ahí provenía mi conocimiento pormenorizado de aquella oficina, pues durante algunos ratos se me permitía incorporarme a la plantilla como adhesivo inevitable: para mis cosillas filatélicas. Más que nada, haciendo papelitos para organizar mi colección de sellos; para esto me dejaban utilizar la máquina de escribir, que en aquella época era todo un lujo que no estaba al alcance de cualquiera… mucho menos de la economía doméstica de mi núcleo familiar.

Así invertí algunas tardes de mi infancia-inicio de adolescencia. Comprobando in situ el ambiente laboral que acompañaba a aquellos cuatro machos durante sus maratonianas sesiones dedicadas a rellenar estadillos, elaborar listados… todo lo relacionado con la contabilidad laboral, pues gestionaban la plantilla de algunas empresas de renombre en la ciudad (el Hotel Rana, por ejemplo, motivo por el cual no muchos años después pasé a formar parte de su plantilla).

En otras palabras, lo que a partir de los ’80 se modernizó con el concepto de “gestoría” no era otra cosa que un grupúsculo de oficinas infectas desperdigadas por la ciudad que hasta entonces habían sido grises colaboraciones durante las posteridades de la dictadura… y después pretendieron ser baluartes de la modernización supuestamente progre. Todo un símbolo de la mentira consuetudinaria pretendidamente modélica y que se puede denominar transición. Infumable, vaya.

De Andrés Primo no recuerdo mucho más, sólo haber estado un par de veces en su casa y ver a su mujer, una rubia artificial enjoyada hasta las trancas; también haber oído hablar de uno de sus hijos, que llegó a ser Doctor por la UdeS pero era incapaz de ganar un chavo o freír un huevo… un insigne inútil, vamos. A Andrés Primo creo que se le llevó por delante unos años después un infarto… o un cáncer de boca provocado cualquiera de ambos por su desmedida afición a llevar la pipa puesta en la boca a todas horas: aquello tenía la ventaja de que no sabías si el gesto torcido que ostentaba se debía al peso del armatoste. En todo caso la duda le servía como parapeto y beneficiaba, pues de otra manera a buen seguro habría quedado objetivamente patente su impresentable carácter.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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