Jesús

BOMBA

 

Samarcanda

´80

´90

 821

             

 

Si había algo característico en la personalidad de Jesús BOMBA era no darle importancia a las cosas, quitarles hierro que suele decirse habitualmente.

Corría el ’81 y yo pasaba con frecuencia por la Librería Renato, que regentaban sus padres; me caía de paso y antes de llegar casa, me daba una vuelta por allí. Probablemente me movía la inquietud cultural, echar un vistazo a los títulos que por allí había… no sé, estar rodeado de libros era sensación agradable por el olor, pero sin la carga de responsabilidad que daba una biblioteca.

Muchas veces coincidía en el establecimiento con Jesús BOMBA y charlábamos amigablemente. Casi siempre de tonterías sin importancia, claro, a mis 16 la cabeza no me daba para más. Él era algo mayor que yo, con frecuencia íbamos juntos a hacer algún recado que le encargaban sus padres y aprovechábamos para fumar un cigarrillo por la calle, casi siempre a escondidas.

Jesús BOMBA sacaba el paquete del bolsillo y decía: “¡Hala, a fumar!” Un buen rato de charla distendida y a otra cosa… con esa despreocupación tan propia de la adolescencia. Pero también compartíamos cosas más serias, casi trabajos: como aquella vez que durante una noche nos dedicamos a pegar carteles de la Feria del libro, un trabajillo que tuvimos gracias al asunto de la librería y que nos sirvió para pagar el tabaco durante algunos meses…

En fin, no era amistad lo que nos unía, pero algo semejante: obviando las diferencias de opinión o criterio que pudiésemos tener sobre los miembros de su familia, sin ir más lejos. Porque de hecho, en puridad, el único que se salvaba era él; el resto: una madeja de descerebrados cada cual en su ámbito, pero que no había por dónde agarrarlos.

Por eso, cuando unos años más tarde me enteré de la muerte de Jesús BOMBA, para mí aquella familia dejó de tener importancia; a pesar de que más adelante incluso llegara a compartir proyecto empresarial con sus hermanos… o precisamente por eso. La desaparición de Jesús BOMBA significó la pérdida de la última posibilidad de vincularme con ellos, si es que alguna vez había existido. La distancia era insalvable.

El itinerario que tenía que recorrer Jesús BOMBA hasta el lugar de estudio no era muy grande, porque había elegido una ingeniería y sólo tenía que desplazarse hasta Kagan. Una hora escasa de trayecto en aquella época, pero lo suficiente para que un accidente de tráfico le borrase del mapa definitivamente. Me quedé con el desconsuelo que acompaña a una noticia así, porque a Jesús BOMBA le había considerado siempre digno de mejor suerte. Casi lo primero que pensé al enterarme fue que habían sido escasas las cañas con risa que habíamos compartido durante los años que nos conocimos.

También me parecieron poquísimos los cigarrillos compartidos con aquella risa contagiosa que siempre aderezaba su persona. De eso no tengo ninguna duda, a pesar de los años desde entonces transcurridos: han pasado ya casi 40 y en mi cabeza siempre aparece su rostro vinculado a vibraciones positivas.

Creo que la realidad perdió la oportunidad de mejorar gracias a su presencia, porque Jesús BOMBA era una de esas personas capaces de modificar el entorno de manera positiva. Tenía un don sin aparente importancia, pero escaso en una sociedad deseosa de contagiar por lo general desmotivaciones y depresiones. Sin duda Jesús BOMBA era un contrapunto.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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