SAMARCANDA

SA - 3.03.

Curros

maracandeses

Frutería  Casiopea

1981

087

 

 

La idea surgió como algo sencillo: una forma de conseguir dinero para un hipotético viaje a Inglaterra… que después nunca llegué a realizar. Estaba organizado por el Instituto Tele Visión con la finalidad de mejorar el nivel de lengua extranjera. Ampliar unos conocimientos del idioma que eran prometedores por mi parte, en opinión de mi profesora.

Así, los contactos que tenía Paquita Madre en el Mercado[1] desembocaron en la frutería en la que habitualmente recalaba: un puesto de una señora mayor llamada Casiopea y su hija Moni Mercado[2].

El acuerdo era sencillo: los sábados por la mañana, cuando más movimiento comercial había en la frutería, necesitaban a alguien que llevara los pedidos: que se encargase del reparto a domicilio. A cambio, me pagaban algo: no recuerdo cuánto, una miseria… y sumaba todas las propinas (que eran pocas).

Dicho y hecho, cada sábado por la mañana acudía puntualmente a mi cita para cargar como una mula, un pedido tras otro. Ni tenía bicicleta ni sabía montar, así que mi trabajo era al estilo picapedrero: a pulso, mientras el cuerpo aguantara.

Si el trayecto era largo, paraba a descansar a medio camino… Así se iban las aproximadamente cuatro horas que duraba mi jornada: en un vuelo. De aquella experiencia laboral me quedaron algunas cosas:

  1. el beneficio económico, en definitiva lo más importante
  2. la posibilidad de entrar impunemente en domicilios de desconocid@s>
  3. el aprendizaje del funcionamiento de la vida en estado puro: trabajo y sólo trabajo
  4. alguna otra cosilla más bien inmaterial, espiritual.

Entre estas últimas, la de llegar a conocer[3] a alguna chica tentadora fue la que más me impactó… aunque en el fondo sólo fueran entretenimientos que yo imaginaba para hacer más llevadera la mañana.

Al llegar las navidades del ’81, me hice unas tarjetitas para pedir discreta, original e indirectamente el aguinaldo: con una imprentilla comercial que tenía en casa y unas pegatinas de motivos navideños[4]… Sobre tarjetas de visita blancas puse un mensaje que aún hoy recuerdo: “El repartidor de fruta le desea felices fiestas”. Aunque sólo fuera por lo resultón del asunto, muchos bolsillos se aflojaron… puede que haya sido la iniciativa más rentable que he tenido en mi vida económicamente hablando. Nadie me orientó para ello, todo era de mi cosecha: mi adolescente y calenturienta mente maquinando a todas horas…

Finalmente los esfuerzos sabatinos fueron en vano: el viaje a Inglaterra quedó sólo en proyecto… y el dinero poco a poco fue desapareciendo, casi imperceptiblemente, en gastos tontos. Lo que vino a darle la razón a mi intuición de que todo aquel montaje del trabajo remunerado era una filfa[5].

Dejé de currar como podía haber seguido haciéndolo toda la vida. Los sábados por la mañana eran la desconexión académica por antonomasia… Pero dejar de repartir fruta era quitarme un peso de encima, literalmente.

Sin embargo, la sensación de respeto que mi presencia imponía en casa a la vuelta de la jornada laboral… sólo era comparable a la de limpieza y descanso que me quedaba tras la ducha. Ésta me dejaba en un estado liviano, casi flotando durante todo el fin de semana.



[1] A un par de manzanas de casa, donde cada semana ella hacía la compra.

[2] Una gordita con cara de virgen y tez blanquecina.

[3] Aunque sólo de vista.

[4] Tanto imprentilla como pegatinas y tarjetas, adquiridas en mi pluriempleo de la Librería Renato.

[5] Para completar dicha experiencia, también estuve haciendo trabajillos itinerantes: por ejemplo, me anunciaba para arreglar rieles de cortinas… Un par de veces también hice esa excursión laboral.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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