Augusto

 

Tango

Samarcanda

´93

´98

158

             

 

Había algo en la sonrisa de Augusto Tango y su cercanía que reconciliaba con el mundo. Puede que fuera su relación con todo aquello que significara marginalidad o malditismo. Resultaba sorprendentemente cercano y comprensible. Augusto Tango era como un embajador de los bajos fondos que había venido a nuestro mundo para reconciliarnos con quienes son nuestros ancestros… aunque muchas veces se nos presenten como lejanos, incomprensibles y odiosos.

Lo de Augusto Tango era casi como caminar por la cuerda floja entre dos mundos irreconciliables. Él lo sabía, lo aceptaba sin mayor remordimiento… comunicando así una sabiduría vital que generalmente nos está vedada a la mayoría.

Estéticamente todo esto quedaba plasmado de manera sintética en el hecho de que cantara tangos. No es que lo hiciera excepcionalmente bien, ni tampoco mal técnicamente hablando. Pero sabía interpretar[1] tangos con personalidad y sentimiento. Durante unos instantes conseguía transportar al espectador al mítico submundo que late en esa latitud seductora y oscura.

Puede que fueran sus gestos o sus inflexiones de voz, no lo sé. También puede que a todo esto contribuyera el hecho de que viviese el contenido de los temas en el instante que los cantaba. Augusto Tango poseía una especie de empatía que iba más allá de la estética misma. Dejaba de ser teoría para convertirse en experiencia vital.

No traté mucho con Augusto Tango, en algunas ocasiones coincidíamos en el Fin de siglo, pero salvo escasas intersecciones nuestros mundos estaban en galaxias diferentes. Estar con Augusto Tango significaba escucharle cantar o escucharle reír. En otras palabras, disfrutaba de la vida tal como vivía. Como si supiera y recordara constantemente que tenemos los días contados y por eso hay que apurarlos.

No creo recordar que hubiera estudiado nada, pero ¡qué más da eso ahora! Su cercanía humana era bastante más válida que toda sabiduría académica. Cuando me enteré de su muerte, algo dentro de mí se apagó: la posibilidad siempre grata de volver a encontrarle por la calle. De hecho Augusto Tango era el acompañante ideal para una Samarcanda que –como él– ya se fue.

Sin duda quienes le conocimos sabemos apreciar el privilegio de haber escuchado alguna vez sus canciones y sus risas. Su rostro forma parte ya de un paisaje irrecuperable por vital y positivo… más imprescindible que nunca para la supervivencia en este mundo que se acaba. Augusto Tango era un tango, aunque ni él mismo lo sabía.



[1] En todos los sentidos de la palabra.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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