Chiruca

Bukhara

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Directa, campechana y natural. La presencia de Chiruca despertaba instintos atávicos masculinos: pelo ensortijado, sonrisa franca y ninguna mesura en el contacto físico. Esto, combinado con cervezas y vinos, alternando en Bukhara, era una combinación explosiva: dejaba al descubierto las más bajas intenciones y las personalidades ocultas de cualquiera.

Pero a Chiruca le gustaba ese juego: ser una especie de voz de la conciencia. Esperaba pacientemente durante todo el año[1] a que la compañía le resultase propicia. La nuestra lo era… tonteaba con nosotros sin malicia, como algo natural que forma parte del juego erótico.

Puede que fuera un poco basta, pero esto no le restaba encanto: lo utilizaba a su favor para atraer víctimas propiciatorias hasta sus brazos, que a mí se me antojaban tan acogedores como terroríficos. Sí, me atraía, pero ¿qué haría yo con semejante caudal de sentimientos, con ese depósito de sensualidad? ¿Cómo gestionaría yo mi cuerpo, cómo llenaría infinidad de silencios en un hipotético futuro, a su lado?

No atinaba con las respuestas: por eso jamás me atreví a dar un paso hacia adelante, hacia Chiruca. Miedo al éxito por mi inexperiencia, por no saber administrar sensualidades. La dejé descansar para siempre en el mundo de la imaginación, por imposible.



[1] En la soledad y el frío del invierno de Bukhara.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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