Gandolfo

  Angren

´94

´95

  347

             

 

Imaginar una persona que reúna las características de Gandolfo Angren es poner a trabajar la creatividad. Profesor de matemáticas, enfermo del corazón, piloto de ultraligero, fabricante de quesos, montañero, progre… Aunque sólo fuera por estas seis características, Gandolfo Angren ya sería único en el planeta, sin lugar a dudas. Pero además era un tipo afable, cercano, simpático… hablar con él era como compartir su compañía en lo alto del cielo, sobrevolando el valle que rodeaba Angren.

Su generosidad me permitió compartir esa experiencia una tarde límpida. Antes de subir al aparato, Gandolfo Angren me dijo: “Oye, ¿tienes seguro de vida? Si en pleno vuelo me da el jamacuco, nos vamos los dos al abismo, ¿eh?” Merecía la pena correr el riesgo, era una ocasión tan única como irrepetible. En todo caso, mejor compañero para cualquier viaje: imposible.

Tras haber paseado por su parcela[1], haber comprobado los pasos que sigue la leche hasta convertirse en queso en la explotación familiar, haber visto en vivo a las cabras artífices de semejante manjar… la sensación era haber tocado el paraíso. Pero no por los objetos, sino por la confianza que Gandolfo Angren ponía en el trato amigable con unos desconocidos como éramos los interinos del Instituto Juan Montalvo aquel curso ’94-’95.

Gandolfo Angren nos contaba su juventud, su pasado implicándose sin mesura en un cambio social que en su día prometía tanto… que merecía la pena arriesgarse. La desilusión posterior y el repliegue a la Naturaleza siempre sincera, no como el Hombre. Nos contaba todo eso y mucho más con su mirada, a caballo entre lánguida e ilusionada. También su deseo honesto, incumplido, de dejar un mundo mejor que el que había heredado.

Gandolfo Angren nos contó además algunos datos objetivos que venían a corroborar una sospecha. La Historia oficial siempre miente, dejando en la cuneta tantos datos verdaderos que al final sólo resulta ser una proyección de ilusiones megalómanas, lejos del mundo real. En su juventud, Gandolfo Angren había escalado infinitas veces, codo con codo, con un montañero famoso. Entonces tuvo la oportunidad de ver cómo es la realidad, aunque después la Historia se escriba en otro idioma.

Gandolfo Angren olvidado, aunque fuera un verdadero César. En los días de viento su pelo alborotado parecía una corona de laurel rodeando su cabeza. Aquella sonrisa casi imperial estaba más allá de todos los tiempos. Por encima de las mezquindades humanas y las eternas ansias de poder, tan marchitas como el Hombre. Su trabajo de profesor de matemáticas también. Casi levitando sobre toda la plantilla zafia de pobrecitos desheredados y desposeídos, que alguna vez se habían creído el centro del mundo.

Gandolfo Angren dejaba entrever una vida detrás de cada gesto, igual que pueda hacerlo en cada concierto Pablo Guerrero. Gandolfo Angrenplaneaba, ultraligero, por encima de todo aquello… Acariciaba la cima del mundo como un vuelo. Humano, exacto cual sólo los matemáticos saben serlo. Compartía la cabina de su vuelo, haciéndote partícipe de una parcela de ángel, de cielo.



[1] Inclinada para facilitar el despegue.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta