Morritos de Bellas Artes

 

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Yo tenía la intuición de que el futuro de aquella chica estaba ligado de alguna manera al mío, no se me pregunte por qué. En ocasiones así, hay quienes hablan de reencarnaciones o almas gemelas… incluso de almas emparejadas que se buscan en los cuerpos. Puede que la explicación fuera más peregrina y todo se redujese a hormonas… o a que físicamente se parecía a Jacinta HUMOS, a la sazón uno de mis amores platónicos.

Lo que resulta indiscutible es que desde que la vi por vez primera, me sentí atraído por la Morritos de Bellas Artes. Independientemente del contexto en el que estuviera. Muchas veces, como al descuido, intenté maniobras de acercamiento. Más o menos fracasadas, pues ella no mostraba el más mínimo interés por mí. De ahí que poco a poco fuera pasando a un segundo plano de mis pretensiones. Al fin, una relación no correspondida está abocada a extinguirse. De nada sirve el fuego sin un cuerpo que acompañe la combustión.

En un garito infame con nombre demoníaco, el Zimiar… entre hogueras de aguardiente y otras drogas, se asfixiaba aquella pequeña alma inocente. Su novio y el padre de éste regentaban el antro. En fin, pautas que estaban relacionadas con un submundo repelente: drogas, mafias… algo que mi naturaleza siempre ha rehusado, casi como una alergia metafísica o un instinto de supervivencia. Finalmente, como colofón de una relación que nunca tuvimos[1]… una noche, en el Idiota, la Morritos de Bellas Artes (ni siquiera recuerdo su nombre) y yo mantuvimos una conversación. Sobre inquietudes vitales y proyectos, aficiones, tendencias… la Morritos de Bellas Artes, con toda la naturalidad que otorgan inocencia e inconsciencia, me explicó que estaba en tratamiento psiquiátrico por una esquizofrenia diagnosticada. Imagino que pretendía arrinconar así el fantasma de semejante dolencia: entre palabras de conversación agradable y buena música alrededor.

Charlamos un rato. El suficiente para que yo me apercibiera de que aquel camino sólo llevaba a un panorama oscuro en cualquier paisaje de los posibles. Sobre todo porque la Morritos de Bellas Artes no quería ser salvada. Entendía que su novio y su enfermedad eran dos esferas diferentes, cuando para mí resultaba obvio lo contrario. A pesar de mi inexperta perspectiva, causa y efecto se entrelazaban en aquel mundo de tinieblas que la envolvía, amenazante. Y que quizás nunca se marchara ya de su vida.

No lo sé: aquella última charla me dejó esa sensación de impotencia que le queda a quien alguna vez haya intentado detener a un suicida de sus intenciones… o retener la belleza… sin llegar a conseguirlo.




[1] Salvo en mi imaginación fragmentada e inconexa, cuando no calenturienta.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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